Elegir una vocación es un proceso que puede tardar años, pero que vale la pena

Por Brenda Montemayor

La decisión de qué vocación elegir es una de los acontecimientos más difíciles y desafiantes que caminé.

Hoy puedo agradecer a Dios el que me permitiera pasar por sombras muy oscuras y amargas, donde viví noches interminables de preguntas y finalmente la aceptación de mi propia historia.

Había en mí un deseo que no puedo explicar. Mis entrañas daban un vuelco tremendo cada vez que tenía frente a mi a una religiosa, o cuando me presentaban a algún chico que parecía cumplir mi estricta lista de “debes ser así”.

Un día me dije: “Ya no puedo estar yo tratando de escoger o encontrar lo que no es para mí”. Recuerdo en ese instante estar demasiado cansada, agobiada y sin fuerzas de buscar y/o encontrar.

Y a las pocas semanas, otra vez la misma historia: mis pequeños avances terminaban en una notable decepción.

Dejarle verdaderamente todo a Dios suena muy romántico y fácil, pero me costó infinito, bueno, al menos “mi infinito”. Creo que es ahí donde sucedió “el milagro” porque cuando yo tenía enfrente a un chico pensaba: “Dios, que yo sepa de alguna manera si es para mí”, y de verdad, Dios no permitía que diera un paso en falso.

Yo estaba alerta a las señales, no a las extravagantes, no a las de los ángeles (que honestamente creo que si andaban por ahí). Estaba atenta a las señales ordinarias en las que un chico pudiese demostrar a una chica que le gusta. Y si él no manifestaba una genuina intención de profundizar en mí, era más que evidente que no era el indicado.

También estaba muy atenta a cómo él trataba a los demás, si era un hombre de fe. Hoy pienso que esto era tan importante para mí, porque el matrimonio realmente es un paso de fe, donde no sabes que sorpresa vendrá mañana. Lo que sabes es el final y el final es la eternidad. Fue un largo proceso de discernimiento que duró alrededor de cuatro años.

Recuerdo que me recomendaron una película que se llama A él no le gustas tanto y me ayudó a poner los pies en la tierra; reforcé esta idea y me detuve en el auténtico interés que un chico podía tener por mí, y en que si era yo quien tenía que hablarle, pues tal cual, entonces yo no le gustaba tanto.

Hoy han pasado 13 años de que viví mi proceso vocacional. Di un paso que cambió mi existencia, fue un proceso que viví gracias a una amiga. Ella me habló de que era posible encontrar tu vocación y ver tu vida desde una perspectiva muy distinta a la del mundo, con ojos de eternidad. Mi vocación cada vez se hizo más clara, más verdadera.

Al final no encontré al príncipe de ningún cuento, ni al protagonista de ninguna película que veía los sábados. Encontré a un hombre real que esperó por mí, y ahora juntos nos dedicamos a esperar, como dice la canción de Coldplay, “hasta que el reino venga, hasta que mi día termine”. Creo que el matrimonio es eso, esperar juntos y caminar juntos hasta que victoriosos estemos delante de Cristo.

Decidir la propia vocación es más que un proceso, es un paso para toda la vida.

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Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de febrero de 2022 No. 1389

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