El 26 de abril de 1986 ocurrió el accidente de la planta nuclear de Chernóbil, territorio que entonces pertenecía a la nación rusa —la cual por aquel tiempo se llamaba Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)— y que hoy pertenece al país de Ucrania.
Todo comenzó durante una prueba de seguridad consistente en una simulación de un corte de energía eléctrica para ayudar a crear un procedimiento capaz de mantener la circulación del agua de enfriamiento de los reactores hasta que los generadores eléctricos de respaldo pudieran proporcionar energía. Ya se habían realizado tres de esas pruebas desde 1982, pero aún no se encontraba una solución adecuada. El hecho es que esta vez se produjeron una serie de desequilibrios en el reactor 4, los cuales lo sobrecalentaron causando una explosión, seguida de un incendio que despedía gases radiactivos.
Al día siguiente, cuando el nivel de radiación se incrementó alarmantemente en la zona, el gobierno soviético evacuó de urgencia a 116 mil personas; entre ellas, a los 14 mil habitantes de la muy antigua ciudad de Chernóbil y a los más de 50 mil habitantes de la moderna ciudad de Prípiat, ubicada ésta a 3 kilómetros de Chernóbil. Luego tendría que evacuar a más gente, hasta un total de 335 mil personas.
Se calcula que fueron unos 9 mil los muertos a causa del accidente, contando desde la explosión hasta años después, cuando miles de personas enfermaron de una gama impresionantes de males por causa de la radiación recibida, especialmente de cáncer de tiroides. En esta cantidad se incluye a gente de otras naciones, pues la nube radiactiva se desplazó por varios continentes. Además, se dispararon las malformaciones congénitas en la siguiente generación.
Hacer conciencia
En una resolución del año 2016, la ONU decidió solemnizar cada 26 de abril como Día Internacional para el Recuerdo de la Catástrofe de Chernóbil, para hacer conciencia sobre la necesidad de una mayor seguridad en las centrales nucleares de todo mundo.
Pero el peligro no sólo deriva de los posibles errores humanos, sino que es necesario admitir que hay fuerzas que son demasiado poderosas, por lo que la humanidad no está ni estará en posibilidad de garantizar el control total de la energía atómica.
Ahí está el caso de la central nuclear de Fukushima, en Japón: bastó el terremoto del 11 de marzo de 2011 para destruir los generadores de emergencia, y al no poderse enfriar entonces un reactor, éste hizo explosión. Desde entonces se han desarrollado numerosos tipos de cáncer entre la población; además se vierten intencionalmente al mar miles de toneladas de agua radiactiva ya que simplemente no hay donde guardarla, y ésta ha llegado a América.
Por algo Juan Pablo II, en un discurso del 14 de noviembre de 1980, se refirió a la energía nuclear como “desconcertante desde muchos puntos de vista”, e instó a “eliminar los peligros que acechan, de cerca o de lejos, a quienes se hallan expuestos a sufrir los daños eventuales provenientes de la utilización de ciertas fuentes de energía”.
Y, a todo este peligro en aras de obtener energía eléctrica, hay que agregar el horror de las armas nucleares.
TEMA DE LA SEMANA: «POR FAVOR NO MÁS GUERRA»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de abril de 2022 No. 1398