Es un error creer que como en la línea del tiempo la Pasión de Cristo ocurrió hace dos milenios, entonces ya es cosa pretérita.

La Redención no puede tener pleno efecto si no es aceptada. En la Iglesia primitiva así lo explicó san Juan Crisóstomo: “Para todo hombre, el comienzo de la Vida es aquel en que Cristo se inmola por él. Pero Cristo se inmola por él en el momento en que él reconoce esa Gracia y toma conciencia de la Vida que le otorga esa inmolación”.

Entonces, como explicó Benedicto XVI el 1 de abril de 2007, “el Vía Crucis no es algo del pasado”; además, “en el Vía Crucis no existe la posibilidad de ser neutros”.

Es que no fueron sólo los judíos y los soldados romanos sino cada uno de nosotros los causantes de su Pasión y Muerte, pues absolutamente todo pecado que hemos cometido o cometeremos, sea venial o sea mortal, está relacionado íntima y misteriosamente con la Pasión de Jesús. Así lo expresó el padre Rufino María Grández, ofm, en un poema:

“La Cruz pesa lo mismo que el pecado / y Dios cae de amor bajo su peso; /la Cruz era mi historia, yo declaro, /y Dios cae vencido por mi cuerpo”.

Dice san León Magno que “el que quiera de verdad venerar la Pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma que reconozca su propia carne en la carne de Jesús”.

El Señor se le mostró crucificado a santa Gemma Galgani y le dijo: “Hija mía, estas llagas las habías abierto tú con tus pecados (…). No me ofendas más”, y cuenta la joven santa: “Desde entonces, comencé a tener horror grandísimo al pecado (la Gracia más grande que me ha hecho Jesús)”.

Efectos de meditar en la Pasión

Entonces, meditar en la Pasión tiene una utilidad enorme, especialmente la de adquirir una aversión a todo pecado, pues en las llagas de Cristo se puede leer la malicia de nuestros actos.

Reveló Jesús a santa Gertrudis: “Aunque un alma carezca de fervor, sin embargo, la miraré con mucho amor si a veces medita en mi Pasión. Es un ejercicio que posee un valor en mis ojos infinitamente superior al de cualquier otro”.

Una razón más para meditar frecuentemente la Pasión es la que da santo Tomás de Aquino: “La Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida”.

Y una más es la de unirse al dolor del Señor, que debería ser el dolor nuestro porque las culpas son sólo nuestras.

Jesús dijo a la mística sor Josefa Menéndez: “¡Ah! ¿Cómo podéis contemplarme en este mar de dolor y de amargura sin que vuestro corazón se mueva a compasión?”.

Dice el poema “Al Cristo de las Penas de San Vicente”, de Manuel García Romero:

“Tu cuerpo, buen Jesús,
cayó en el suelo por el peso traidor de mi pecado.
Tus ojos nazarenos me han mirado con la tierna expresión de un dulce anhelo.

“Yo quisiera, Señor, ser tu consuelo y abrazarme al madero confiado, para ser por tu amor crucificado y ganar como Tú la paz del Cielo”.

Ahora bien, si no se sabe por dónde comenzar la contemplación del misterio de la Pasión o si se vive algún estancamiento, se puede seguir el consejo de san Pablo de la Cruz: “Toma el santo crucifijo en tus manos, besa sus heridas con mucho amor y pídele que éste te predique un sermón. Escucha lo que te dicen las espinas, los clavos y esa Sangre Divina. Oh, qué sermón”.

TEMA DE LA SEMANA: «CRISTO CRUCIFICADO O LA POESÍA DEL AMOR»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de abril de 2022 No. 1396

Por favor, síguenos y comparte: