Por el solo hecho de pertenecer al género humano tenemos dignidad infinita y merecemos respeto

Por Mónica Muñoz

Estamos en la época de los cambios vertiginosos, en la que a diario tenemos que estar al pendiente de lo que informan los medios de comunicación, si no queremos quedarnos en el pasado, eso incluye adaptarnos a escuchar términos nuevos que se han convertido en el pan nuestro de cada día, pues, aparentemente de la nada, se rebautizan objetos, conductas o situaciones con los que hemos vivido tan de cerca que ni siquiera notamos su presencia.

Es así como nos encontramos de frente con la violencia de género, término acuñado a nivel mundial y que se refería, en un primer momento, al abuso cometido en contra de las mujeres por parte de los hombres, pero que, de unos años a la fecha se ha tenido que reconocer que también los hombres son objeto del abuso, y que el agresor no distingue sexo, ya que puede ser un hombre o una mujer quienes violenten a sus congéneres.

Encontramos que la violencia escala cada vez más en todos los ámbitos de la sociedad, ya que esta tiene que ver con el ejercicio del poder, es decir, se abusa del débil porque es una manera de dominarlo, por eso, se ha estereotipado la figura del hombre abusivo y la mujer sometida. No obstante, como ya comenté, la violencia no hace distinciones, pues también se puede abusar de un hombre, un niño, de un anciano o de un joven, de la misma manera que se hace con las mujeres de todas las edades.

Sin embargo, algo muy positivo ha emergido de todo esto, y es que se está comenzando a entender que hay conductas que vemos como si fueran normales y que deben cambiar, como dejar la carga de las labores domésticas a la mujer, esperar que sea ella la que le sirva al hombre, evitar que los niños ayuden en su casa si tienen hermanas o denigrarla con frases y calificativos ofensivos.

A pesar de esto, debo destacar que los avances se están dando a pasos muy cortos, sobre todo en el ámbito laboral, donde las diferencias entre hombres y mujeres son sumamente notorias, en especial en ambientes en donde la presencia de hombres es aún preponderante y en los que todavía se cree que es a ellas a las que les toca servir el café, poner en orden los espacios, tomarle los apuntes al jefe, y, lo peor del caso, no son escuchadas cuando tienen una opinión o propuesta distinta a la de los varones.

¿Qué tenemos que hacer para comenzar a remediar estas fallas?

  • Primero, es importante entender que la violencia la generamos todos, ya sea que participemos activamente o no, porque, incluso por omisión podemos ser cómplices de un abuso.
  • En segundo lugar, hay que dejar de fomentar esas conductas, y con esto me refiero, por ejemplo, a no reírnos cuando escuchamos comentarios denigrantes como “es una vieja fodonga”, “no le hagas caso, está en sus días”, “¿ya domaste a la fiera?”, “eres un inútil”, “bueno para nada”, y más lindezas que engendran rencor y sentimientos negativos, lo que puede conllevar a reaccionar impulsivamente y terminar a golpes o a infligir heridas graves, eso sin tomar en cuenta las heridas emocionales que quedan en la mente, alma y corazón del ofendido u ofendida. Porque, recordemos, que la violencia no discrimina.
  • En seguida, es importante empatizar con los demás, recordemos que cuando nos ponemos en los zapatos del otro, entendemos mejor su punto de vista, y abrirnos al diálogo asertivo y a la escucha activa, en donde deberemos ser capaces de reconocer nuestros errores y pedir perdón, aunque nos cueste mucho hacerlo.
  • Una más es dejar de normalizar las conductas violentas, un ejemplo claro es lo que escuchamos en las canciones, y no me refiero únicamente a los reguetones que tienen letras obscenas y ofensivas, las canciones románticas de antaño contienen lo que los expertos en este tema catalogan como violencia simbólica, no quiero citar ninguna para no provocar controversias, pero les recomiendo hacer un ejercicio de análisis con alguna canción de su preferencia, y comentarla en familia, para que saquen sus propias conclusiones.
  • Además, cuando la violencia es extrema, existen vías administrativas, civiles y penales, pero, sobre todo, es fundamental crear conciencia en todos los niveles de nuestra sociedad para que no nos envuelva este torbellino de barbarie que está azotando al mundo.

Podemos realizar muchas otras acciones, pero creo que todas se engloban en reconocer que todas las personas tenemos derechos humanos y que nadie puede ni debe pisotearlos.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de abril de 2022 No. 1398

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