Por Jaime Septién

El enredo de los valores en el que nos encontramos metidos acarrea paradojas como la siguiente: “Hay que proteger los derechos humanos de los animales”. Desde luego, los animales son criaturas de Dios y tienen ánima, soplo de vida. Son parte de la Creación. Someterlos a tortura, más aún a los animales domésticos, representa una bajeza. Pero de ahí a que merezca mayor cobertura de prensa un perro que fue abandonado por su amo a un abuelito que fue abandonado por su familia, hay un trecho enorme, gigantesco.

Dietrich von Hildebrand se refería a nuestra era como la de la ceguera de los valores. En verdad, andamos cegatones para ver lo que es valioso por sí mismo. La vida es valiosa por sí misma y merece respeto. Pero los valores tienen, también, una escala. No es lo mismo honrar a una mascota que a un anciano. Con esto no avalo la caza furtiva, la matanza de delfines o, incluso, las corridas de toros (fui aficionado mucho tiempo). Pero si un mosquito me está picando o una mosca se para en la sopa, no detengo el manotazo (siempre fallo). Lo que sí avalo es el reconocimiento de la dignidad humana, porque somos imagen y semejanza del Creador.

Milosz decía que “la razón es un regalo de Dios y hemos de creer en su capacidad de comprender el mundo”. Ese regalo –aunque a muchos se les haya perdido—es para el ser humano. Y la razón invita a comprender a los animales en su misión, no a confundirlos con nuestros hermanos y, menos aún, a considerar a mi mascota más importante que mi abuelito.

TEMA DE LA SEMANA: «¿LOS ANIMALES VAN AL CIELO?»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de mayo de 2022 No. 1402

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