Entre todas las criaturas que habitan el universo material, el Señor ha puesto en la categoría más alta a los animales, y, entre éstos, a la cabeza de todos al único animal racional, el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cfr. Génesis 1, 26).

Es difícil no amar a los animales; primero, porque son buenos (cfr. Génesis 1, 20-25), y, segundo, porque el Altísimo pensó en ellos como ayuda para el hombre (ver Génesis 2, 18-19).

La ciencia contemporánea ha demostrado, en el caso de la relación entre humanos y perros, que es posible generar un vínculo de empatía mutua basado en la hormona oxitocina.

La producción de oxitocina es clave para reforzar el vínculo afectivo entre madres e hijos cuando se miran a los ojos durante la lactancia, y también está involucrada en las relaciones afectivas de pareja y en el sentimiento de pertenencia a un grupo social.

Una investigación de la Universidad Azabu de Sagamihara, Japón, dada a conocer en 2015, demostró que, cuando los canes y sus amos están juntos, y más aún si se miran a los ojos, aumentan sus niveles de oxitocina.

En otro estudio, pero de 2014, dirigido por Attila Andics, del Grupo de Investigación de Etología Comparativa MTA-ELTE en Hungría, descubrió mediante tomografías que hombres y perros registran similares respuestas cerebrales a más de doscientos sonidos humanos y caninos: ladridos, llantos, carcajadas, gruñidos, etc. Es decir, cada una de estas dos especies experimenta reacciones similares a las emociones de la otra especie.

En 2016, psicólogos de la Universidad de Goldmsiths, en Londres, probaron a casi una veintena de perros en distintas situaciones, con sus dueños y con extraños, en las que voluntarios aparentaron llorar, susurraron, tararearon y hablaron. Los perros reiteradamente reaccionaron a los simulacros de llanto, acercándose a la persona y buscando iniciar contacto físico, aunque no fuera su dueño, lo que mostraría que su respuesta fue genuinamente empática a lo que los canes percibieron como dolor humano.

Ante experiencias así, la gente no deja de preguntarse: ¿Acaso será que los perros tienen alma? La respuesta es que sí.

En su audiencia del 10 de enero de 1990 Juan Pablo II recordaba que “los animales tienen un aliento o soplo vital, y que lo recibieron de Dios”. Eso sería el alma.

La palabra “alma” o “ánima” proviene del latín anima, que se refiere al componente inmaterial de los seres animados. Desde luego, el término “animal” también se deriva de “ánima”.

Así que no sólo los perros, sino todos los animales en general tienen alma. Pero también las plantas y cualquier ser animado; todo ser vivo tiene ánima o alma. Los vegetales, al menos a simple vista, no parecen muy animados; pero otra cosa se advierte si se recurre a la tecnología grabando en video por días o semanas a una planta y luego se reproduce la grabación a alta velocidad.

Ningún científico ha podido crear vida artificialmente; es decir, es humanamente imposible hacer que de algo no vivo surja vida; siempre será necesario contar con al menos una célula viva para reproducir más vida. Dios es el inventor y dador de la vida, y ésta sólo es posible mediante el alma infundida por el “soplo” divino en el hombre (cfr. Génesis 2, 7), pero también en las otras criaturas animadas (Salmo 104, 29-30).

Sin embargo, es importante señalar que el alma humana es distinta del alma de los otros seres animados. Y el desconocimiento de esto, así como de las enseñanzas de la Iglesia, suele generar que entre el movimiento de los animalistas o defensores de los animales se esgriman muchas acusaciones falsas contra el cristianismo.

TEMA DE LA SEMANA: «¿LOS ANIMALES VAN AL CIELO?»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de mayo de 2022 No. 1402

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