Por P. Fernando Pascual

Aquel trabajador no vino por la mañana. Nadie sabía por qué. El jefe no tenía noticias.

Alguno empieza a pensar que es un poco negligente. Otro lo acusa de irresponsable. Un compañero relaciona la ausencia de hoy con otras del mes pasado.

Pasan las horas y llega la llamada: el trabajador tuvo que salir de la ciudad porque en la noche había muerto su padre de modo inesperado.

Hemos escuchado que no es bueno juzgar cuando nos faltan datos. O cuando tenemos datos y los vemos de modo distorsionado por prejuicios.

Pero a pesar de saber que se cometen muchos errores al juzgar a otros solo con un primer dato, con frecuencia caemos en juicios erróneos, incluso en críticas que luego resultan injustas y dañinas hacia otras personas.

Un poco de experiencia y un mucho de respeto nos llevará a evitar juicios sobre personas a partir de informaciones incompletas mezcladas con otros datos que pueden llevarnos a ver las cosas de modo equivocado.

Detrás de cada hecho hay, siempre, personas concretas, con su historia, con sus defectos, con sus méritos, con sus relaciones, con sus miedos, con sus esperanzas.

La perspectiva mejor, antes de pensar y de formular juicios ante un trabajador que no viene un día, o que llega tarde otro, es la que nos lleva a omitir juicios incompletos ante datos insuficientes, y a buscar siempre la manera de comprender al otro.

Es cierto que hay situaciones donde se hace evidente un defecto, una informalidad, incluso una traición a la promesa dada por parte de algún familiar o compañero de trabajo.

Incluso en esos casos, y aunque los hechos fundamenten una valoración negativa ante ese comportamiento concreto, no somos capaces de llegar al interior del otro, ni de comprender si detrás de sus faltas exista algún atenuante que nos ayude a ser menos duros con el infractor.

El mundo está lleno de interpretaciones y juicios sumarios contra personas desde hechos sacados de contexto y mezclados con suposiciones y antipatías que llevan a la injusticia.

Frente a tantos juicios que ofenden a la verdad y que incluso provocan desprecio hacia personas concretas, necesitamos fomentar un corazón grande, capaz de comprender a todos, y una mente abierta, siempre disponible a acoger nuevas informaciones que permitan una mejor visión del conjunto.

Esto vale respecto de personas que no conocemos bien, y que nunca deberíamos juzgar con un simple hecho. Vale también para aquellos a los que conocemos bastante bien, y que necesitan, si tienen algún defecto de gravedad, ayuda y comprensión por parte de quienes han aprendido de Cristo aquella gran enseñanza: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6,37).

Imagen de rickey123 en Pixabay

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