Por P. Antonio Escobedo C.M.
7º Domingo de Pascua
Hoy escuchamos dos veces el relato de la ascensión en boca de Lucas: primero, la narración que se encuentra el inicio del libro de los Hechos y, después, en el Evangelio, en el último capítulo, con las consignas de despedida de Jesus. Podríamos decir que la Ascensión es el punto de llegada de la misión de Jesús (el Evangelio) y el punto de partida de la misión de la Iglesia (el libro de los Hechos).
Antes que nada, debemos distinguir entre la fiesta de la Asunción y la fiesta de la Ascensión. La fiesta de la Asunción corresponde María. Ella fue tomada y llevada en cuerpo y alma. En cambio, la fiesta de la Ascensión corresponde a Jesús. Él no fue llevado, sino que por sí mismo y sin necesidad de ayuda subió al lugar donde está el Padre.
Cuando hablamos de la Ascensión no debemos confundirla con una elevación, subida o levitación. La Ascensión no se limita al desplazamiento corporal que hizo Jesús de la tierra al cielo. La Ascensión es mucho más que un viaje en ascenso desde el monte donde se encontraba hasta llegar a las nubes. Pensar así es reducir y perder el sentido de la fiesta.
La Ascensión de Jesús nos habla sobretodo de la glorificación plena del Señor Resucitado. Celebramos, nada más ni nada menos, la Victoria de Jesús sobre todos los obstáculos que nos impedían llegar a Dios y por tal motivo le corresponde ocupar el puesto de honor que es a la derecha del Padre como Dios trino junto con el Espíritu Santo. No queda la menor duda, Jesús es Juez y Señor y Mediador universal. Con la Ascensión, tenemos motivos abundantes de alegría y fiesta, pues el triunfo de Jesús es también nuestro triunfo.
En este sentido, recalcamos que la Ascensión no es anuncio de una “ausencia”, sino de una “presencia” misteriosa invisible, más real incluso que la física que tenía Jesús antes de su Pascua. En efecto, estará presente en su comunidad todos los días, hasta el fin del mundo. Si el evangelio daba comienzo con el anuncio del “Dios-con-nosotros”, el Emmanuel y Mesías, ahora termina con el “Yo-estoy-con-ustedes” del Resucitado, que se extiende todos los días hasta el fin del mundo.
La Ascensión es el punto de partida de la misión de los discípulos. Ellos no se quedaron mirando al cielo, sino que fueron hasta los confines del mundo para hacer nuevos discípulos. Esa sigue siendo nuestra tarea. Lo importante es que cada uno de nosotros realicemos esta misión con alegría y esperanza:
Con alegría porque la Ascensión es ya nuestra victoria y porque el misterio del Resucitado a dignificado nuestra naturaleza humana dándole sus mejores valores: “fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad”. Y en Cristo nuestra naturaleza humana ha sido extraordinariamente enaltecida porque participamos de su misma gloria. Por ello, es imposible negar que el triunfo de Jesús es nuestro mejor motivo de alegría.
Con esperanza, porque la fiesta de la Ascensión nos invita a mirar hacia delante, a donde nos ha precedido Aquél que es nuestra cabeza. Es verdad que el compromiso de ser testigos de Cristo es exigente y conlleva muchas dificultades. Es más cómodo seguir las propuestas de este mundo. Pero ante las dificultades necesitamos que prevalezca la esperanza. Haremos bien en llamar a la celebración del día de hoy la fiesta de la esperanza.
¡Vayamos por todo el mundo a anunciar la alegría del Resucitado!
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de mayo de 2022 No. 1403