Por Arturo Zárate Ruiz
Debemos infundir el espíritu cristiano en la política. Hay muchas razones para ello.
La más obvia es la corrupción, que en México es colosal. Según reporta el INEGI (2021), el 28.4% de los hogares del país contó con al menos una víctima del delito, pero no hubo denuncia en el 93.3% de los casos porque una gran mayoría no confiamos en que las autoridades hagan justicia. De hecho, cuando en 2015 se propuso a los políticos transparentar su declaración patrimonial, de impuestos y de conflicto de interés, ni el 2.5% quiso hacerlo. Creo que no hay oposición importante en México porque cualquier presidente tiene a todos los oponentes amenazados: si se alebrestasen, conoce delitos suficientes de cada uno como para decirles “cállate o al bote”.
Buenos y malos administradores
Hay, sin embargo, razones menos obvias para infundir el espíritu cristiano en la política. Y no hay que pasarlas por alto, entre ellas, las alternativas políticas.
En gran medida eso de “izquierda” o “derecha” es mera finta. Más bien la primera distinción importante hoy es entre buenos administradores y malos administradores. Los primeros se preocupan en generar riqueza para ganar adeptos; los últimos en dilapidarla, lo que a corto plazo resulta más efectivo para conseguir las simpatías ya de las élites económicas corruptas, ya de las masas cómplices cuyo deseo inmediato son sólo las dádivas.
El problema con los dilapidadores es que a mediano plazo hunden en bancarrota a su país. Y, por supuesto, ellos jamás asumen la responsabilidad: otros, no ellos, dicen, fueron los que saquearon las arcas de la nación, aunque se refieran a “malos” de tres siglos atrás.
Mis preferencias están con aquellos políticos que se preocupan por generar riqueza. Entonces no sólo procuran una buena administración, también que las reglas (o leyes) sean claras, respetadas y estables (no las cambian a cada rato). Saben además que en la generación de riqueza y en su disfrute, una vez que ésta es generada, deben participar y esforzarse todos. Reconocen así la pluralidad de actores en su país.
Odios o golosinas
El problema con los buenos administradores es que sus resultados tardan. No se consiguen de la noche a la mañana. Y mucha gente se impacienta.
De allí lo perverso de mucha gobernanza actual en países “exitosos”. Para calmar los ánimos y conservar las simpatías del público, se recurre a idiotizar a la gente o con golosinas o con odios (o con ambos) que no pongan en peligro la economía. En el primer caso, se promueve el consumismo y el libertinaje —el contento inmediato con píldoras que imitan la felicidad, como lo son muchos placeres egoístas e ilícitos—. En el segundo caso, se promueven odios que no disturben la buena administración que ya va en progreso; odios no de clase económica como entre capitalistas y trabajadores (aun este odio no debería existir), sino odios prefabricados que pulvericen la sociedad a punto de que ningún grupillo ponga en peligro la única meta, generar riqueza material. Por ello el individualismo (léase “egoísmo”) imperante y la invención de identidades absurdas, sean las pseudo etnias, como los “whitemexicans”, sean las de “género”, al menos 27, si no es que más de 100, a las que se añaden pseudo derechos aún más absurdos, como el de “felicidad sexual”, que se intentó insertar en la constitución de la Ciudad de México.
Frente a la pulverización de la sociedad se intenta un remedio peor que la enfermedad: la exaltación de una falsa identidad nacional que acaba desembocando en el nazismo.
Todo esto nos obliga a los cristianos a santificar la política. Defendamos y promovamos la familia: la pulverización y el libertinaje la están destruyendo. Que la virtud teologal de la esperanza fortalezca nuestras humanas paciencia y perseverancia: no sólo la mejora económica sino también la moral llevará tiempo. Frenemos la pulverización con solidaridad y participación en proyectos comunitarios genuinos. Frenemos el individualismo y el egoísmo con el servicio y el amor a los demás. Frenemos la corrupción y el libertinaje con una conducta intachable. Que nuestro crecimiento en la Virtud ennoblezca la política.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de mayo de 2022 No. 1399