Por P. Fernando Pascual
Cuando imaginamos la historia del universo y, más en concreto, la historia del planeta en el que vivimos, podemos sorprendernos ante dos hechos. El primero, la aparición del hombre. El segundo, lo que ese hombre descubre en el mundo que le rodea.
En su obra, El hombre eterno, G.K. Chesterton abordaba estos hechos que todavía hoy suscitan numerosos debates. En la parte final de esa obra, afirmaba:
“En la tierra iluminada por esa estrella vecina, cuyo resplandor es la amplia luz del día, hay muchas y muy variadas cosas móviles e inmóviles. Entre ellas, existe una raza que, en relación con las otras, es una raza de dioses: realidad no aminorada sino acentuada por el hecho de poder comportarse como una raza de demonios”.
Esa raza especial, que puede ir hacia lo más noble y lo más miserable, que está abierta al amor y al odio, que levanta hospitales y lanza bombas, ha aprendido a observar el mundo que lo rodea con curiosidad y estupor. Añade Chesterton en la conclusión de la obra antes citada:
“Mirando a su alrededor bajo esta luz única, tan solitario como la llama que solo él ha sabido encender, este semidios o demonio del mundo visible, hace visible el mundo. Ve a su alrededor un mundo concreto que parece proceder según ciertas reglas o que presenta, al menos, procesos que se repiten. Contempla una verde arquitectura que se construye a sí misma, sin manos visibles, pero siguiendo un plan o un modelo muy exacto, como el diseño trazado previamente en el aire por un dedo invisible. No se trata, como sugerimos ahora vagamente, de algo vago. No se trata de un crecimiento o del andar a tientas de una vida ciega. Cada cosa busca su fin, un fin glorioso y radiante, hasta las margaritas o los dientes de león que vemos al tender la vista sobre los campos. En la misma forma de las cosas hay algo más que el mero crecimiento natural: hay una finalidad”.
El mundo se nos presenta, entonces, como algo maravilloso, con estructuras y finalidades que sorprenden y que invitan a esa pregunta antigua y nueva: ¿hubo Alguien detrás de este universo?
La pregunta invita a la búsqueda de un Creador, de un Dios capaz de poner en marcha estrellas y planetas de dimensiones casi inimaginables, y de atender a los detalles de una margarita o de una colmena, donde se logra una armonía maravillosa orientada a unas finalidades sorprendentes.
Es cierto que no todos, al ver este mundo complejo, y al analizar la peculiaridad del ser humano, han vislumbrado la existencia de un Padre celeste, amigo de la vida, Ser providente capaz de mil detalles artísticos.
Pero también es cierto que hoy, como hace miles de años, muchos hombres y mujeres han abierto la boca, con asombro, ante la silenciosa bóveda celeste, ante el sugestivo canto de un jilguero, o ante la estructura casi geométrica de un diente de león (algo que desde niño había impresionado al mismo Chesterton).
Cada ser humano inicia su aventura terrestre envuelto en un misterio que, volviendo a las líneas de nuestro Autor, le permite avanzar hacia lo divino o hacia lo diabólico, según decisiones que escriben la biografía de cada uno.
En esa aventura, quienes descubren la existencia de una finalidad, pueden reconocer que existe un Diseñador ricamente imaginativo y enamorado, y descubrir que también nosotros tenemos la posibilidad de colaborar, en el grandioso proyecto de Dios, si escogemos desde un corazón orientado hacia fines buenos que promuevan justicia, armonía y belleza.
(Los textos aquí reproducidos han sido tomados de G.K. Chesterton, El hombre eterno, Verbum, Madrid 2018).