Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

“El drama no es elegir entre el bien y el mal, sino entre el bien y el bien.” Georg W. F. Hegel

El Occidente mesoamericano abarca la extensa región que va de las laderas de la Sierra Madre Occidental a una parte de la Sierra Madre del Sur incluyendo la cuenca media y baja del río Lerma, una comarca otrora cubierta de bosques de pinos y encinos en las estribaciones de la montaña, de tierras feraces y de todos los climas, donde se asentaron pueblos de lengua uto-azteca, como los caxcanes (coras, wixárikas y tepehuanos entre ellos) y los purépechas.

Fueron, pues, estas culturas, una suerte de ‘puente’ entre Mesoamérica y Aridoamérica, con formas de vida propia, que ocuparon, hacia el 1800 a.C., los estados actuales de Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit y Sinaloa, incluyendo zonas de Guanajuato, Aguascalientes, Zacatecas, Durango y Guerrero, siendo uno de sus paisajes el de los lagos de Cuitzeo, Pátzcuaro y Chapala.

La diversidad cultural se echa de ver en las muchísimas lenguas que se usaron en la región y en tradiciones tan arraigadas como la de Chupícuaro o la de las Tumbas de Tiro, excavadas directamente en el suelo y consistentes en ofrendas en las que destaca la preminencia de figuras femeninas relacionadas con un culto a la maternidad y con la fertilidad de la tierra.

Pero también, por cuestiones de las que apenas sí sabemos nada, hacia el 900 d.C., que aquí acaeció algo muy parecido a lo del resto de Mesoamérica, cambios tan radicales que incluyeron el completo abandono de sitios de la importancia de Teuchitlán, Tingambato y Plazuelas, y la desaparición de sus complejos culturales, a la par que crecieron en los territorios al norte del río Lerma la hegemonía de grupos nómadas ajenos a las sociedades complejas, aunque ya proclives a la agricultura y al intercambio comercial no menos que a la metalurgia.

Hubo en la planicie costera del noroeste grandes y todavía misteriosos asentamientos humanos (el corredor de Aztatlan, del norte de Sinaloa al norte de Jalisco) con zonas ceremoniales compuestas de templos, plazas y juegos de pelota.

Empero, entre el 1100 y el 1200 la región se fragmenta en pequeños núcleos de población desvinculados del resto de Mesoamérica, salvo en el norte de Michoacán y los pedregales de Zacapu (malpaís), que también serán abandonados de forma súbita y planeada hacia el 1450 d.C.

En su época de auge, del occidente proceden prácticas culturales y materiales tan preciosos como la turquesa; también, la migración de grupos étnicos de la periferia al Altiplano Central, no menos que el engarce de tres tradiciones culturales: la de Tierra Caliente, la de las Tumbas de Tiro y la del Bajío, con la particularidad de una producción artesanal en arcilla y concha, lapidaria y metalurgia, con un alto grado de especialización y una temática variada.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de junio de 2022 No. 1405

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