Por Antonio Maza Pereda

“Les quitaré su corazón de piedra y les daré un corazón de carne”, Ez 11, 19

El tema de reflexión del Papa Francisco para la 56 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales es: Escuchar con los oídos del corazón.

Mucho ha cambiado desde la primera Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, hace 56 años. De un mundo donde la comunicación se daba por algunos centenares de miles de comunicadores y miles de millones de receptores, hemos pasado a un mundo donde hay 2 mil 700 millones de personas conectadas a la red mundial de la Internet, un mundo donde un tercio de la humanidad tienen los equipos para ser a la vez comunicadores y receptores, donde pueden hacerse oír y lo hacen con singular alegría, sin que importe la distancia y a un costo mínimo.

Un mundo donde la ética de la comunicación ya no es solo una especialidad en la ética profesional, sino que es una necesidad para prácticamente todos los seres humanos. Y esto, que genera grandes ventajas y promesas para la sociedad, hace muy difícil la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza en la comunicación. Los códigos profesionales, que nunca fueron totalmente suficientes para normar la comunicación, ahora son cada vez menos relevantes.

Sí, seguimos teniendo una estructura de círculos concéntricos en la comunicación social. Un círculo pequeño, pero poderoso: el de organizaciones e individuos que viven de la comunicación. Un círculo enorme, el de los potenciales comunicadores, que no viven de esa actividad, pero que forman al menos un tercio de la humanidad y que llegan en algunas ocasiones a audiencias de centenares de miles o millones de usuarios. Se requiere repensar el tema de la práctica y la ética de la comunicación y, como dice el Papa Francisco, el asunto clave ya no está en la técnica o en la ética formal basada en reglamentos, sino en la raíz de toda ética, que está en la relación. Escuchar, dice el Papa, con el corazón.

¿Con qué corazón escuchamos?

Uno de los temas de fondo para escuchar con el corazón y al corazón del otro, es fundamentalmente cuestionarnos: ¿con qué clase de corazón estamos escuchando? Si nuestro corazón es un corazón de piedra, malamente escucharemos al otro. Desgraciadamente, muchas veces nos resulta fácil acusar al otro de tener un corazón de piedra, un cerebro de concreto armado o peor.

Y a eso atribuimos el que nuestras comunicaciones no tienen resultado. Pero raramente cuestionamos cómo es nuestro corazón. Tal vez por un poco de soberbia, tal vez por desconocimiento, no nos damos cuenta de que no escuchamos plenamente al otro. Que escuchamos, en el mejor de los casos, únicamente sus razones o sus argumentos, sin escuchar sus preocupaciones, sus dolores, sus penas y muchas veces tampoco sus alegrías. ¿En qué estado están esos corazones que pretendemos escuchar? ¿Son corazones heridos, desilusionados, traicionados, que ya no creen en nada ni en nadie?

Sí, muchas veces escuchamos parcialmente. También muchas otras nuestra comunicación no está orientada hacia nuestro auditorio. No percibimos nuestra comunicación como un dialogo con algunos que no están ahí presentes, no nos imaginamos la reacción de nuestra comunicación en ellos y no cuestionamos si nuestra manera de expresarnos es entendible para nuestra audiencia.

Muchas veces, y me acuso de este mal, mi comunicación es meramente un desahogo. A veces también nuestra comunicación es un ejercicio de lógica, de razonamiento, sin considerar la famosa frase de Blas Pascal: “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Porque la comunicación no es un intercambio de mente a mente, nada más: es una conversación de corazón a corazón.

¿Qué no es nada fácil? Por supuesto. La solución de fondo es pedir a Aquel que tiene el poder de cambiar los corazones que nos quite el corazón de piedra y nos dé un corazón de carne.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de junio de 2022 No. 1404

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