Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Puede darse una disyuntiva entre ‘ser’ y ‘tener’; una valora la ‘calidad del ser’ en cuanto a la condición de la persona en cuanto tal y todos sus valores y la otra infravalora a la persona centrándose en ‘la cantidad del tener’.
Erich Fromm (1900-1980), en su obra ¿Tener o ser? Aborda esta problemática; además de ser psicoanalista es psicólogo social y en cierto modo filósofo. Señala que nuestra sociedad contemporánea se ha encaminado hacia ‘el tener’. El que no tiene, no es. Propicia el egocentrismo y parece que no se vive como algo esencial ese proceso de ser; ya no se tiene para vivir, sino ahora se vive para tener. Por eso se vive esa confusión del consumismo cuya apariencia es pretender ser más. Por lo contrario, son más importantes los propósitos, las decisiones, la lealtad, el compromiso y todo aquello que manifesté la grandeza del ser humano.
Por otra parte, Gabriel Marcel (1889-1973) a quien podríamos considerar cristiano-personalista, dramaturgo, convertido al catolicismo, de estilo asistemático; él nos ofrece también una obra de peso filosófico sobre ‘Ser y tener’. Más allá de su distinción célebre sobre ‘problema y misterio’, nos plantea también la diferencia que existe entre ‘ser’ y ‘tener’. El primado del ‘tener’, manifiesta la decadencia de nuestra cultura contemporánea; así el ser humano se objetiviza y pierde sensibilidad para abrirse al misterio. El tener, nulifica el ser. Por el contrario, el primado del ser encarna actitudes vitales expresión del misterio: la fidelidad creadora, el amor, la esperanza.
Jesús, Nuestro Señor, se acerca a esta disyuntiva, diríamos, en un planteamiento escatológico: Acumular riquezas, con qué fin, si te vas a morir, cuando menos lo pienses (cf Lc 12, 13-21). La riqueza, el bienestar, el tener, no pueden considerarse absolutos y fines en sí mismos; tienen su relatividad y el fin del hombre está más allá de esta vida. Las cosas son medios, no fines absolutos. Salta a la vista lo necio y lo absurdo de amontonar riquezas; mejor amontonar tesoros para el cielo (cf Mt 6, 19 s).
La pobreza franciscana, tiene motivación religiosa y no política. El gobernante-estadista ha de procurar por todos los medios el bien de todos en los niveles de su competencia.
La pena es de aquellos que más acaparan y se olvidan del sentido social de la riqueza; nuestros pobres se van hundido en la miseria, que Dios no quiere. Hemos de valorar el destino universal de todos los bienes de la creación para la humanidad de hoy y del mañana.
Ante Dios, el rico egoísta además de insensato está condenado al fracaso eterno. Ha de aprender a compartir y no a acaparar. El ideal debería de ser ‘la honesta sustentación’.
Qué pena que las crisis tengan ese estigma de ambición económica y de grandes miserias humanas, porque no se llega a tener casa digna, alimento suficiente, medicinas y educación de altura.
Qué pena que los gobiernos destinen recursos a obras faraónicas sin urgente necesidad y se descuide lo verdaderamente urgente para los ciudadanos, sobre todo, para los más desprotegidos.
Jesús, Nuestro Señor, nos invita a tener un proyecto de vida, en el cual la riqueza sea un medio y no un fin: procurar la calidad de nuestro ser sobre la ambición desmedida del tener.
La consigna del bienestar sostenida por una propaganda consumista: darse la buena vida, buscar la elegancia a veces estrafalaria, etc. Todos sometidos por la publicidad al imperio de la moda. Se busca satisfacer las necesidades del momento.
La existencia reducida al bienestar material, verdaderamente es una pobreza que toca la miseria humana con el signo del tener desmedido.
La contrapartida la ofrece Jesús: cultivar los valores del espíritu; abrirse a la trascendencia del amor divino, valorar la amistad como relación interpersonal en la grandeza del corazón, dar gracias al Creador por la vida orientada al compartir y a la solidaridad.
Qué triste y realista es esa calificación que hace Phil Bosmans ( 1922-2012),-citado por José Antonio Pagola, sobre el hombre occidental que se ha hecho materialista hasta en su pensamiento, en una sobrevaloración enfermiza del dinero y la propiedad, del poder y la riqueza.
El bienestar material como único horizonte existencial, es expresión elocuente de la miseria interior. El dinero, puede empobrecer; como decía Santa Teresa de Calcuta que los ricos muy ricos, a veces no se dan cuenta de que son más pobres que los pobres.
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