Dios es eterno, lo que significa que siempre ha existido y siempre existirá; así que no tuvo principio ni tendrá fin.
Y esto es igual para las tres Divinas Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Cuando faltaban 573 años para que Dios Hijo se encarnara y naciera en Belén, el profeta Daniel, que vivía en Babilonia, recibió una visión sobrenatural en la que vio en el Cielo “tronos, y se sentó un Anciano de muchos días, cuyas vestiduras eran blancas como la nieve, y los cabellos de su cabeza como lana blanca” (Daniel 7, 9). Se trata de Dios Padre.
Y así se le representa en muchas imágenes de la Santísima Trinidad, como un Anciano, mientras que a Jesús se le representa teniendo 33 años, que es únicamente el tiempo que vivió como Hombre en la Tierra. Pero eso no significa que Dios Hijo y que Dios Espíritu Santo, representado como Paloma, estén jóvenes, mientras que Dios Padre esté viejo. Los cabellos blancos y los “muchos días” son sólo símbolos usados precisamente para indicar su eternidad.
Dios Uno y Trino no tiene “años”, pues no está sometido al tiempo. El tiempo es más bien algo que, en su sabiduría, inventó para nosotros. Pero Él está fuera del tiempo y no tiene edad; nunca envejece.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de julio de 2022 No. 1410
