Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética 3 de junio de 2022

Caminamos por el tiempo ordinario… Podríamos decir que la liturgia de hoy nos habla de la esperanza gozosa que le aguarda al evangelizar.

Procuremos que, a lo largo de toda nuestra vida, como Pablo, evangelicemos a «tiempo y a destiempo».

Isaías

El pequeño resto de Israel que regresó de Babilonia con el recuerdo de la grandeza de los tiempos pasados, por el número de habitantes, el esplendor del templo y tantas cosas que recordaban los mayores, tenía mucha nostalgia de su pasado.

El profeta Isaías, al fin de su libro, les promete tiempos de esplendor y de grandeza. Por ejemplo, hoy les habla de la Jerusalén futura de esta manera:

«Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto».

Esta Jerusalén se presenta como una verdadera madre que multiplica los hijos con una maternidad fecunda y amorosa. Añade, el profeta, algunos detalles del amor de Dios sobre Jerusalén:

«Como un niño a quien su madre consuela así os consolaré yo y en Jerusalén seréis consolados».

La esperanza de Isaías culmina con estas palabras:

«Al verlo se alegrará vuestro corazón y vuestros huesos florecerán como un prado. La mano del Señor se manifestará a sus siervos».

Salmo 66

Nos invita a aclamar al Señor: «Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria… que se postre ante ti la tierra entera».

A continuación, el salmista alaba la obra de la creación:

«Transformó el mar en tierra firme… Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente».

Y termina con estas palabras: «Venid a escuchar: os contaré lo que ha hecho conmigo el Señor».

Tú, hermano, no dejes de contar las obras que en ti ha hecho el Señor a lo largo de tu vida para ser testigo del Evangelio que anuncias.

San Pablo

Nos habla de que solo puede «gloriarse en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo».

No se trata de nada negativo, sino que es una nueva forma de vivir, alumbrando una criatura nueva en nosotros mismos y en los demás.

Desea la paz sobre todos los que han aceptado el Evangelio y Pablo, que nunca ha olvidado su pueblo Israel, pide esa misericordia y paz de Dios también para los israelitas.

Pablo sabe bien que él, con su vida, está viviendo como enseñó Jesús, hasta poder decir que se ha configurado con Cristo.

El apóstol termina hoy con un saludo que para nosotros es litúrgico:

«La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos».

Verso aleluyático

La liturgia nos presenta este hermoso deseo de San Pablo que nos dice:

«La paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza».

Dos palabras muy importantes en toda nuestra vida. Que ambas palabras nos ayuden a penetrar cada vez más en el misterio de la evangelización del que nos hablará el evangelio.

Evangelio

Jesús envía hoy a sus discípulos de dos en dos, número que los exegetas explican que, después de haber enviado a los doce apóstoles, envía a todos a evangelizar.

El motivo es claro: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies».

Aprendamos la importancia que tiene evangelizar y los detalles que pone Jesús en este párrafo evangélico:

+ «Ir de dos en dos», para dar más crédito a las enseñanzas.

+ «Saludad deseando la paz».

+ Ir con un desprendimiento grande de cosas materiales.

+ Entrar y vivir con las familias que los acogen.

+ Curar a los enfermos que tengan y «proclamad que el reino de Dios está cerca de vosotros».

Los evangelizadores vuelven con gran alegría y así lo manifiestan a Jesús, pero Él les advierte: «No estéis alegres porque se les someten los espíritus. Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

Tengamos presente, amigos, nuestra obligación de evangelizar por el hecho de haber sido consagrados como hijos adoptivos de Dios en el bautismo.

Imagen de Annie Spratt en Pixabay

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