Por su misma naturaleza y condición, la persona está abierta a un ‘tú’, es decir, a ser comunión del ‘nosotros’, de un nosotros interpersonal. La postura solipsista es ajena a la propia naturaleza de la persona. La persona es una realidad relacional; por eso debe existir el diálogo y como base inicial la ‘empatía’, esa disposición de escuchar al otro; de lo contrario la relación es ‘ab-surda’, es decir ‘sorda’ por no escuchar al otro. Como lo afirma Buber, ‘Yo llego a ser yo en el tú; al llegar a ser yo, digo tú’ al margen de toda despersonalización que equivale a ‘cosificación´. La plena comunicación nos acerca al nosotros auténtico y nos dispone para el encuentro con el ‘Tú’ divino o eterno; por la Sagrada Escritura y por el misterio de la Encarnación de la Persona del Verbo, -Jesucristo, sabemos que Dios ‘condesciende’ y se abaja para estar en ese nivel dialogal con nosotros. El concepto de ‘persona’ y su vivencia sincera y auténtica, rompe con todo tipo de egoísmo cuyo peligro es cosificar a las personas opacando su dignidad de un ‘tú’. La búsqueda del desarrollo de la propia personalidad estriba en valorar al tú sin dejar de ser yo. Esto es identidad-diversidad-complementariedad-comunión. Cuando se pretende dominar al otro se le hace violencia, cosificándolo, en el nivel de racismo, xenofobia, sometimiento policiaco o militarista, erotismo, sexismo, insultos, mentiras, engranaje de producción, etc. Por eso es inaceptable bajo todos los puntos de vista la postura de Sartre ‘el otro es el infierno para mí’; infierno que es en realidad la ‘ausencia del otro’, optar por ser isla, separado de toda relación personal. Vivir aislados o encarcelados en el ‘ego’, ya es el infierno en vida.

En la línea de Gabriel Marcel, la persona es ‘misterio’; no un problema, ’…para un problema cabe cierta técnica apropiada en función de la cual se define, un misterio trasciende por definición  cualquier técnica pensable. Sin duda, siempre resulta posible (lógica y sicológicamente) degradar un misterio para convertirlo en un problema, pero tal procedimiento es esencialmente vicioso, y su origen habría que buscarlo en tal vez en una especie de corrupción de la inteligencia…’

El conocimiento ha de ser por el amor sincero, respetuoso y afectuoso; solo se conoce la verdad por el amor, como nos ha enseñado Jesús en las páginas del Evangelio y en la contemplación de la Eucaristía. Me llama la atención lo que le dijo el mismo Jesús a Santa Teresa de Ávila en una visión: ‘Por escucharte decirme solo una vez que me amas, volvería a crear el mundo entero’. Así de importante es esa relación interpersonal con Dios-Amor.

La importancia de la relación interpersonal se nos ofrece gráficamente en la hospitalidad bíblica; ahí está ese pasaje del encuentro de tres personajes misteriosos y peregrinos a los cuales Abraham les ofrece hospedaje en su tienda y a los cuales se dirige a ellos en singular (Gén 18, 1-10 a) en el encinar de Mambré; la tradición cristiana lo lee como un anticipo del misterio trinitario y Rublëv lo expresa magistralmente en su icono.

También el pasaje evangélico del encuentro de Jesús peregrino con Marta y María; Jesús se hospeda en su casa (Lc 10, 38-42). Cristo es hospedado, acogido con gran amor y delicadeza. Ciertamente todos somos peregrinos; vamos de paso y necesitamos ser hospedados en el camino de la vida (cf 1Ped 2,11), en el corazón de Dios y en el corazón de los hermanos, los humanos.

Se da esa comunión de personas como mutuo hospedaje, más allá de la ubicación local, es una invitación a la interioridad, a la escucha de la Palabra de Jesús ‘María escogió la mejor parte’, porque escucha al Señor. Es la Palabra de Dios la prioridad en la hospitalidad. Es imprescindible escuchar y obedecer la Palabra de Dios si se quiere un comportamiento ortopráctico.

La vida interior, esa mutua hospitalidad de comunión entre Dios y nosotros, en el camino de la vida, es necesaria e insustituible, ayer como hoy, tan amenazados por la superficialidad y el bombardeo de información e imágenes que dejan vacíos y una vida sin sentido.

En la vida interior de relación interpersonal con Dios, no se trata de un ejercicio de introspección, e incluso, debe estar más allá de la simple reflexión. ‘Es tratar a solas con quien sabemos nos ama’, en expresión feliz de Santa Teresa de Jesús, verdadera pedagoga en la vida interior de cara a la oración.

En lo más íntimo de nuestro ser, Dios Uno y Trino, manifiesta su presencia cada vez más intensa, si se tiene limpieza de conciencia, si se acude a la participación y vivencia de la Eucaristía, si se disponen esos espacios de silencio interior para escuchar la Palabra del Señor, a través de un texto de la Santa Escritura, a través de la Palabra de Dios en la naturaleza, o de algún escrito que nos disponga al encuentro gozoso; incluso la oración de repetición debe de tener presente ‘a quién hablo y qué me dice’. ‘El centro del alma es Dios’, sentencia san Juan de la Cruz.

La Divina Liturgia ha de ocupar un puesto central, como cumbre y fuente, de toda la vida cristiana y, por tanto, es la escuela de espiritualidad católica de la Iglesia, Esposa del Cordero inmaculado. A este respecto es muy recomendable leer y releer, gustar y degustar el documento del Papa Francisco ‘Desiderio Desideravi’ (29 Jun 2022), porque ‘lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos’; ‘…la Encarnación…es también el método que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es’ (nº 10). La Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena, necesitamos estar presentes en aquella Cena, poder escuchar su voz, comer su cuerpo y beber su Sangre: le necesitamos a Él. En la Eucaristía y en todos los Sacramentos se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesus y de ser alcanzados por el poder de su Pascua’ (nº 11).

Por la Liturgia y en la Liturgia, se nos invita a la mutua hospitalidad de la comunión vital con las Personas divinas; ellas constituyen el centro de la vida interior; nos participan de sus relaciones intratrinitarias, como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Imagen de Diego Quintero en Cathopic

 

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