Por P. Fernando Pascual
Podría ser un ejercicio sencillo y provechoso: reflexionar sobre lo que pensamos y decimos gracias a lo que hemos recibido de otros.
Así, hablamos sobre una vacuna desde lo que oímos en televisión, o en radio, o en un artículo científico, o en una página de Internet.
Discutimos sobre la guerra gracias a lo que comprendimos en una conferencia, o desde el recuerdo de un profesor que tenía la capacidad de hacernos gustar la historia.
Compartimos ideas sobre comida, sobre modos de dormir, sobre el mejor ejercicio para la espalda, incluso sobre el modo de vivir de un pájaro que nos alegra la primavera.
Si vamos más a fondo, reconoceremos que una enorme cantidad de contenidos sobre temas muy variados los tenemos, precisamente, porque nos hemos fiado de lo que dicen otros.
En ocasiones, hemos de añadir que excluimos muchos otros contenidos por la desconfianza que tenemos hacia quienes los defienden o los divulgan.
Lo interesante de este fenómeno es que, a pesar de tantas críticas que se han formulado al así llamado “principio de autoridad”, en la práctica reconocemos “autoridad” a miles de textos y de personas que nos ofrecen ideas y datos sobre los que luego pensamos y hablamos.
Desde luego, en no pocas ocasiones cambiamos de idea porque nos topamos con hechos que desmentían completamente lo que habíamos aceptado de otros; o porque encontramos a personas que nos ofrecen informaciones opuestas que nos parecen más creíbles que las que habíamos aceptado antes.
Notamos, pues, cómo una enorme cantidad de informaciones, algunas simplemente conjeturas, las recibimos de otros, para acogerlas como verdaderas, y para luego ofrecerlas a amigos y conocidos al hablar o al escribir.
En cierto sentido, buena parte de la historia humana testimonia esa capacidad que tenemos de acoger y luego transmitir a quienes tenemos cerca (o lejos, gracias a la letra escrita, a las grabadoras, o a Internet) lo que hemos recibido de otros.
Ello explica que hoy, en un mundo complejo donde conviven muchos modos de pensar y de vivir, siga en pie este fenómeno tan rico y, en ocasiones, tan frágil, de recibir miles de informaciones desde otros, para luego, de modo personal, pensar y hablar gracias a ellas.
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