Por P. Fernando Pascual
En su tercera homilía sobre el Evangelio según san Mateo, san Juan Crisóstomo ofrece una hermosa alabanza de la virtud de la humildad, al mismo tiempo que avisa sobre el peligro de la vanagloria.
Lo hace al comentar la genealogía de Jesús y, en concreto, lo que representa Rut en la lista de los antepasados de Cristo recogida en el Evangelio.
Para Crisóstomo, Rut simboliza a la Iglesia, como extranjera que abandona su familia y se adhiere a un nuevo pueblo.
Además, Rut, como otros personajes presentes en la genealogía de Cristo, muestra la sencillez de los orígenes del Maestro, y nos invita a no gloriarnos por nuestras obras. Estas son sus palabras:
“Considere los antepasados de Cristo, deshinche todo su orgullo y póngalo solo en sus buenas obras. O más bien, ni siquiera de sus buenas obras se gloríe, pues por ahí vino el fariseo a ser inferior al publicano. Si quieres hacer alarde de una buena obra, no tengas orgullo, y ésa será tu mejor obra. No pienses que has hecho nada, y lo has hecho todo”.
Se trata de un hermoso consejo, que resulta más fácil de llevar a la práctica si recordamos nuestra condición de pecadores y cómo la humildad nos hizo justos. Así continúa el texto de Crisóstomo:
“Porque si, siendo pecadores, en pensando que somos lo que somos, nos hacemos justos, como sucedió con el publicano, ¿cuánto más si, siendo justos, nos tenemos por pecadores? La humildad, de pecadores hace justos, y eso que no hay ahí verdadera humildad, sino simple reconocimiento de la verdad. Si, pues, el simple reconocimiento tanto puede en los pecadores, considerad qué no hará la verdadera humildad sobre los justos. No pierdas, pues, tus trabajos, no malogres tus sudores, no corras en vano después de haber tocado tantas veces la meta, y resulten sin provecho tus fatigas”.
En otras palabras, la humildad, que ya es poderosa para el pecador, tiene un poder mayor cuando hemos entrado en el camino de la salvación.
En este contexto, ¿cómo considerar las cosas buenas que podamos hacer? ¿Cómo evitar el peligro de la vanagloria? Esto es lo que dice nuestro santo:
“El Señor conoce mejor que tú mismo tus buenas obras. Un vaso de agua fría que des, no se le pasa por alto; un óbolo que eches en la caja, un suspiro que exhales, todo lo recibe con grande amor, de todo se acuerda, para todo tiene señaladas grandes recompensas. ¿A qué fin haces alarde de tus merecimientos y nos los pones continuamente ante los ojos? ¿No sabes que, si tú te alabas, Dios no te alabará, así como, si tú te humillas, Él te exaltará delante de todos? No quiere Él que se pierdan tus trabajos. ¿Qué digo perderse? Él no deja piedra por mover para coronarte aun por las mínimas acciones, y anda buscando ocasiones para librarte del infierno”.
Es maravilloso, pues, el poder de la humildad, que nos ayuda a abrirnos plenamente a Dios, que conoce nuestros corazones, y nos permite vivir con sencillez las tareas de cada día.
Lo que hagamos mal, buscaremos repararlo en seguida, al pedir perdón a Dios y a quien hayamos podido perjudicar. Lo que hagamos bien, quedará en las manos de Dios, que nos ama y conserva en su Corazón todo aquello que hayamos realizado por amor a Él y a los hermanos…
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