Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Dios todopoderoso hace obras admirables. Ahí está el universo, su todo y su parte, -lo inconmensurable y lo más mínimo de las partículas subatómicas, cada vez mas conocido, valorado y que nos lleva de sorpresa en sorpresa; lo último, las fotografías interespaciales de las galaxias ofrecidas por el telescopio espacial ‘James Webb’.

La obra de la Encarnación y toda la gesta de salvación realizada por Jesús Mesías, el Verbo de Dios y Acontecimiento de Salvación.

La Santísima Virgen María tiene una singular participación en los momentos cimeros de la redención, en el Misterio de la Encarnación del Verbo, en el Misterio Pascual de Cristo y en el Misterio de Pentecostés, – ante la venida del Espíritu Santo, por especial elección en el plan de redención y por tanto, en  toda la Historia de la Salvación.

En el Misterio de la Encarnación, la Virgen María es saludada por el ángel Gabriel, con el saludo mesiánico de Sofonías, aplicado a María Santísima, como hija de Sión: ‘alégrate llena de gracia, el Señor está contigo’ (Lc 1, 28). Es kejaritoméne, la llena de gracia. Esa es la identidad personal de María: la llena de gracia, -jaris, gracia, de amadísima por Dios; esa es su persona, la llena de gracia, como ninguna creatura, amada desde toda la eternidad con su particular vocación para ser la Madre de Dios. Santificada, Inmaculada y elevada su alma por la gracia de Dios que implica la presencia de Dios, Uno y Trino; así recordamos una frase de sor Isabel de la Trinidad: ‘He encontrado el cielo en la tierra porque el cielo es Dios y Dios está en mi alma’; en la ‘Toda Santa’, -Panaguía, está presente y en dinamismo divino, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

No solamente es como ninguna creatura especialmente favorecida de Dios vivo, sino ella es ‘Bienaventurada por haber creído’(Lc 1,45), porque le respondió  a Dios a través del ángel Gabriel, ‘hágase en mí según tu palabra’(Lc 1,38). Éste es el núcleo de su identidad personal: su itinerario de fe en el ´hágase en mí según tu palabra’, siempre.

María está presente en la Pascua de su Hijo, Jesús; se inicia cuando Juan el Bautista anuncia su condición de ´Cordero de Dios´ que quita el pecado del mundo; toda su vida es pascua hasta el culmen de la Cruz y de su Resurrección. María lo acompaña como discípula-Madre e interviene para adelantar el tiempo de la misión de Cristo, con la boda y la abundancia del vino,- signo de la exuberancia de los tiempos mesiánicos,  en Caná, como la Gebirá, -la Madre Reina: ‘hagan lo que mi Hijo les diga’.

María estuvo de pie, ante la Cruz de Jesús. Está presente en el momento de pasar su Hijo de este mundo al Padre, por la muerte ignominiosa de la Cruz, como se narra en san Juan, 19, 25-27. Los evangelios no nos dicen nada en relación a su presencia de ella en el hecho de la resurrección de Jesús; ella fue la que más sufrió, es la que más gozó con su exaltación gloriosa; por tanto, al buen entendedor pocas palabras, como nos enseña san Ignacio de Loyola, por supuesto que hubo un encuentro gozoso con su Hijo resucitado.

María juntamente con los Apóstoles, algunos hermanos y algunas mujeres, en el Cenáculo, perseveraban unidos en la oración para recibir al Espíritu Santo, el día de Pentecostés (cf Hech 1,3-14; 2, 1-4).

La Santa Escritura, ‘norma normas non normata’, – la norma que norma y no es normada en expresión de Rahner, ha de ser conocida, profundizada, orada, explicada en la vida y en la comunión con la Iglesia de ayer, de hoy y de todos los tiempos; celebrada en la Liturgia, – la fe, la oración y la escuela de la espiritualidad cristiana y católica de la Iglesia. El Dogma en la Iglesia es la concreción, explicación y explicitación infalible de contenidos esenciales para la misma Iglesia de esta misma Escritura, la Biblia.

Es necesario conocer las declaraciones dogmáticas sobre la Santísima Virgen María por el lugar preponderante que ocupa en la Historia de la Salvación; destacar su relación con Jesucristo, el Hijo de Dios y nuestro Salvador. Ella es Virgen y es Madre; ha sido preservada del pecado original, es la Inmaculada, la Llena de Gracia; tras su muerte en cuerpo y alma ha sido asunta a la gloria del Cielo, es la Asunción. De aquí se le suman la vinculación de María a la Iglesia, al ser modelo de fe e intercesora; el culto litúrgico y devocional de veneración a la Santísima Virgen María tiene su fundamento dogmático por el lugar que ocupa en la Historia de la Salvación y singularmente, en la historia de la fe de la Iglesia.

  • La Santísima Virgen María ha concebido por la acción del Espíritu Santo, sin cooperación humana (Denzinger Hünermann nºs 61, 150, 368, etc; LG 52); se le añade a la virginidad, antes del parto, -virginitas ante partum, en el parto, -in partu y después del parto, -post partum, (Denz-Hün 294, 427, 502, etc).
  • María Santísima es la Madre de Dios, de la segunda persona de la Santísima Trinidad por la unión hipostática del Verbo a su humanidad y por la comunicación de idiomas, -lo que se afirma del hombre, se afirma de Dios, por la única persona, el sujeto de responsabilidad de sus actos; por eso se definió en Éfeso, Madre de Dios, -Teotókos-Deipára=engendradora de Dios (Denz-Hün 251).
  • María Santísima ha sido preservada desde el primer instante de su ser natural o existencia en virtud de una gracia singular, del pecado original (Denz-Hün 1573); de aquí se sigue su santidad personal, preservada de la concupiscencia y de todo pecado personal (Dz-Hün 1573).
  • Cumplido su curso en la tierra, la Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, alcanzó por su vinculación perfecta con Cristo, la consumación plena de su existencia en ‘cuerpo y alma’ en la gloria de Dios, al ser asunta al Cielo (Denz-Hün 3903).
  • La Iglesia ha ofrecido el culto a los santos llamado culto de veneración, -cultus duliae, -no de adoración; a María Santísima se le ofrece el culto de gran veneración, -cultus hyperduliae y además se invoca su especial intercesión (Denz-Hün 600-60d, 1821-1825).
  • María Santísima como miembro sobreeminente de la Iglesia es modelo de fe y de la caridad de la misma Iglesia; el Espíritu Santo ha enseñado a la Iglesia a honrarla con filial afecto (LG 53).

Ante las ideologías materialistas que propagan el supuesto absurdo de pensar en Dios y el sin sentido de obedecer sus mandamientos, como asuntos del pasado; ante el consumismo, el egoísmo y la diversión; ante los nuevos ‘dragones dictadores’ que ostentan su poder como en otro tiempo los césares romanos y contemporáneamente Hitler, Stalin, y otros hoy, es necesario acudir al ‘Signum Magnum’, el Gran Signo de que Dios nos ofrece para indicarnos que no abandona a su Iglesia,- al pequeño rebaño,  a los creyentes que siguen el testimonio de Jesús (Ap 12, 1 ss); nos acompaña a través de la Mujer-vestida del Sol-María-Iglesia, iluminada por Cristo- Luz. Ella María y la Iglesia nos invitan a vencer al dragón del egoísmo, a pesar del poder de su propaganda o de sus armas o de sus órdenes dictatoriales, en su caso.

La Esclava del Señor, María Santísima en la Iglesia y con la Iglesia, nos acompaña y nos guía a participar del triunfo de Jesús.

La Asunción de la Santísima Virgen María es una invitación a tener confianza en Dios y a imitar a la misma Virgen María, en su fe, en su caridad y en su absoluta confianza  y dependencia de Dios.

Ella es la ‘Gran Señal’, para reconocer las maravillas que realiza el Poderoso sobre los que creen y esperan en Él. Por eso el discípulo de Jesús y de María debe exultar de gozo y de optimismo, porque el Señor ha vencido, -el León de la Tribu de Judá, en cooperación eminente de su Madre, la humilde Sierva del Seño y nuestra Madre amorosa.

Asunta al Cielo en cuerpo y alma, ya goza la Santísima Virgen del mundo futuro, al cual también nosotros estamos invitados. Es invitada a la eternidad. Todos existimos en virtud de Amor de Dios. Ella es introducida con todo su ser en el ser mismo de Dios. María elevada al Cielo, participa plenamente de la resurrección de su Hijo.

María Santísima es signo de lo que la Iglesia será, y cada uno de los discípulos fieles del Señor.

La gloria de la Santísima Virgen María es participar plenamente de la gloria de Dios; ella en el tiempo y en la eternidad es la ‘alabanza de la gloria de Dios’ (cf Ef 1,14); Dios se gloría en ella y ella se gloria en Dios. Ella goza plenamente lo que nos dice san Pablo: ‘… Lo que el ojo nunca vio, ni el oído jamás escuchó, ni por el corazón humano pasó, Dios lo preparó para quienes lo aman’ (1Cor2,9).

Si amamos a la Virgen Santísima, imitémosla en lo que ella cree, ama y espera. Que su humildad, su sencillez, nos lo alcance como gracia para nuestra vida; que como ella busquemos ante todo la gloria de Dios y nuestra identificación con Jesucristo. Que el Espíritu Santo nos asocie plenamente a Ella, para ser engendrados por ella en una alianza de comunión de hijos con la Madre, Rostro Materno de Dios.

En ella y por ella descubrimos las grandes y admirables obras que el Poderoso realizó y que puede realizar, -mutatis mutandis, ante el abismo de nuestra nada y el abismo de su Amor, en nosotros.

 

Imagen de Willroom en Cathopic

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