Por Alejandro Cortés González-Báez
Hace tiempo, pude observar a un señor español cuando arreglaba una cerradura desgastada por el uso. Después de estudiarla detenidamente, volteó la cara para verme, y con tranquilidad me dijo: “Esto no está muy católico, no.” Dadas las circunstancias, deduje que para ellos “estar católico” significa estar bien hecho. La verdad me gustó la expresión, pues refleja con fuerza el aprecio que esa gente suele tener por la fe, la moral y la liturgia de la Iglesia Católica. Y con tristeza he de reconocer que “muchos católicos no estamos muy católicos, no”.
Los miembros de la Iglesia -esto es, todos los bautizados- corremos el peligro de ser malos católicos por defecto o por exceso. Algunos se pasan de piadosos descuidando su trabajo y a sus familias, incluso usando distintivos como escapularios tamaño jorongo, o cruces pectorales como si fueran obispos. A mi juicio, es preferible que un católico huela a sudor que a incienso.
Por contrapartida, están otros católicos que, para no parecer santurrones acompañan la carne asada del viernes con un cartón de cerveza por persona; la comida del sábado con ocho jaiboles y dos tequilas añejos, y la del domingo con lo que haya. Las secretarias, por su parte, pueden ser muy devotas de San Juditas, pero para que no las tachen de mojigatas, usan unas minifaldas tan cortas que se les puede ver la etiqueta que llevan en el cuello de la blusa.
Todos los domingos, para terminar la primera parte de la Misa, esto es: “la liturgia de la palabra”, la asamblea reza el Credo, donde manifestamos públicamente aquellas verdades de fe que nos distinguen de otras creencias. Sin embargo, a pesar nuestra profunda aceptación intelectual en la existencia de “Un solo Dios Padre todopoderoso”, solemos perder la paz y la serenidad ante nuestros problemas económicos y de salud, sin ver detrás de ellos la Providencia Divina. También rezamos el “Padre Nuestro”, al tiempo que mantenemos en nuestros corazones rencores, cuando no odios, a quienes nos han hecho daño.
Por si fuera poco, la mayoría de los bautizados son tan ignorantes en cuestiones de su religión como en Bioquímica, y tan despegados de las prácticas religiosas, como lo están del buceo acuático en los trabajos de reparación submarina de las plataformas petroleras, pues han oído hablar de ellas, pero nada más.
La justicia me exige reconocer que cada día aumenta la cantidad de gente normal -con sus defectos y cualidadades- que se acercan a sus parroquias, y a tantas otras instituciones, con el deseo de formarse y de trabajar por ser coherentes con su Fe.
Conviene recordar que la característica distintiva de la vocación de los laicos es santificarse dentro de las estructuras temporales como son: el trabajo en el hogar, los estudios, el comercio, la industria, las empresas de servicio, etc. Tanto en la iniciativa privada como en el sector público, siendo ejemplos de trabajo responsable y honesto, en un afán sincero de ayudar a todos por amor a Dios.
En algún lugar leí que lo que más temen los enemigos de la Iglesia es que los católicos nos tomemos en serio nuestra fe. Como, gracias a Dios, no faltan quienes han entendido algo tan sencillo, y tan importante, la virtud de la Esperanza sigue viva.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de agosto de 2022 No. 1416