En sus primeros meses de pontificado, el Papa Francisco respondió una pregunta: «¿cómo pudo en su vida llegar a la certeza de la fe? Y ¿qué camino nos indica para que cada uno de nosotros venza la fragilidad de la fe?»
Fue una pregunta que el Santo Padre definió como histórica: «porque se refiere a mi historia, ¡la historia de mi vida!»
En su respuesta resaltaba que su abuela, la madre de su padre fue la que lo condujo al camino de la fe: «Era una mujer que nos explicaba, nos hablaba de Jesús, nos enseñaba el Catecismo. Recuerdo siempre que el Viernes Santo nos llevaba, por la tarde, a la procesión de las antorchas, y al final de esta procesión llegaba el «Cristo yacente», y la abuela nos hacía —a nosotros, niños— arrodillarnos y nos decía: «Mirad, está muerto, pero mañana resucita».
A propósito, destacó un día muy importante en su vida, el 21 de septiembre de 1953:
«Tenía casi 17 años. Era el «Día del estudiante»,…Antes de acudir a la fiesta, pasé por la parroquia a la que iba, encontré a un sacerdote a quien no conocía, y sentí la necesidad de confesarme. Ésta fue para mí una experiencia de encuentro: encontré a alguien que me esperaba. Pero no sé qué pasó, no lo recuerdo, no sé por qué estaba aquel sacerdote allí, a quien no conocía, por qué había sentido ese deseo de confesarme, pero la verdad es que alguien me esperaba. Me estaba esperando desde hacía tiempo. Después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había oído justamente como una voz, una llamada: estaba convencido de que tenía que ser sacerdote.»
En cuanto a esto, el Papa recordó en aquel encuentro que: «El Señor nos espera. Y cuando le buscamos, hallamos esta realidad: que es Él quien nos espera para acogernos, para darnos su amor. Y esto te lleva al corazón un estupor tal que no lo crees, y así va creciendo la fe. Con el encuentro con una persona, con el encuentro con el Señor.»
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Por: Juan Diego Camarillo