Por P. Fernando Pascual
Se puede hablar de culpa en un sentido amplio, que implica simplemente aludir a la causa de un hecho, sin analizar si exista o no exista responsabilidad consciente.
Aquí hablamos de culpa en un sentido más restringido: la que surge cuando alguien causa un daño desde el reconocimiento de la propia responsabilidad en los resultados.
Preguntemos, entonces, si existan culpas humanas en el cambio climático. En otras palabras, si el ser humano puede ser acusado por haber causado transtornos en el clima de modo imputable
Responder a una pregunta así no resulta fácil. En primer lugar, porque el cambio climático puede ser producido no solo como consecuencia de acciones humanas, aunque tales acciones puedan tener un influjo importante.
En segundo lugar, porque solo podemos decir que unos hombres, o muchos hombres, serían culpables del cambio climático si, cuando decidieron sus acciones, habrían sido conscientes de las consecuencias de las mismas a corto o a largo plazo.
En realidad, muchas veces los seres humanos han realizado, y todavía realizan hoy, acciones que tienen su influjo en el clima y en el ambiente, sin tener una clara conciencia sobre cuál podría ser ese influjo.
Basta con pensar en cómo durante siglos miles de pastores han quemado amplios territorios para “preparar” el terreno y así alimentar a sus ganados. O en los pueblos que han talado miles de árboles para construir casas, o barcos, o simplemente para tener más tierras destinadas a los cultivos.
¿Eran esos hombres conscientes de cómo iban a influir en el clima futuro? Muchos de ellos, seguramente, no tenían la menor idea de lo que iba a ocurrir en los siguientes 20, 30, 100 o 500 años.
Si dirigimos la mirada a acciones de mayor envergadura, como la producción masiva de plástico, o la emisión de gases en industrias del mundo moderno, podríamos suponer que quienes realizaron (y realizan hoy) esas acciones podrían (¿deberían?) tener una mayor conciencia del influjo que causarían en el clima.
Por desgracia, no pocos productores tienen una vaga idea de lo que determinados procesos industriales provocarán, a lo largo del tiempo, en el clima de una región concreta, o incluso de todo el planeta.
Algunos dirán, con bastante razón, que los dirigentes de la industria tendrían el deber de analizar las consecuencias de sus decisiones en el clima. Pero imaginamos que no resulta fácil llegar a convencer a miles de fabricantes para que condicionen sus opciones a lo que antes digan los especialistas en el clima, que en ocasiones pueden ser lentos en sus investigaciones, y que no pocas veces no llegan a un suficiente acuerdo entre sí.
Reconocer estas dificultades no significa exculpar a los seres humanos en sus responsabilidades respecto del cambio climático, allí donde tales responsabilidades puedan ser evidenciadas gracias a investigaciones serias y bien llevadas.
Lo que sí resulta importante es reconocer que solo podemos hablar de culpas, en sentido estricto, respecto del cambio climático, si aceptamos que los seres humanos gozan de la capacidad de conocer suficientemente las consecuencias de sus acciones, y de decidir desde principios éticos correctos.
Entre tales principios hay que incluir la atención a la justicia social, a la salud de las personas, a la búsqueda del bien común. Como también hay que promover el interés y esfuerzo por evitar cambios climáticos que puedan poner gravemente en peligro los modos saludables de vida en nuestro pequeño y complejo planeta Tierra.
Imagen de Hermann Traub en Pixabay