Excusas para no compartir la propia fe son muchas: “Es que yo no sé nada de la Biblia, y no sé orar”; “Mis amigos van a pensar que soy un santurrón”; “¿De qué sirve predicarles nada, si los jóvenes y adolescentes de hoy ya no quieren escuchar y son una generación perdida?”, etc.

Hasta los profetas llegaron a poner excusas: Moisés pretextó que no era bueno para hablar (Éxodo 4, 10); Jeremías alegó que sólo era un muchacho (Jeremías 1, 6); mientras que Jonás, mediante su acción de huir de la misión que Dios le encomendó, simplemente le estaba diciendo “no quiero” (cfr. Jonás 1).

Se evangeliza porque es un mandato divino, no porque se vayan a ver los resultados de tal evangelización; pues a veces es uno el que siembra y otro el que cosecha (Juan 4, 36-38).

Sin embargo, cada vez son más los católicos —incluidos algunos consagrados y hasta congregaciones religiosas— que alegan que basta evangelizar con el modo de vivir, porque Jesús dijo: “En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros” (Juan 13, 35). Y que no hay que andar tratando de convertir a nadie ni dar “biblazos”, porque todas las religiones “son iguales”, y que sólo si alguien hace preguntas sobre la fe de uno, entonces sí se debe predicar, pues la Escritura dice: “Estén siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuenta de su esperanza” (I Pedro 3, 15)

Después de Pentecostés, los primeros cristianos daban testimonio de vida, y con ello “se ganaban la simpatía de todo el pueblo” (Hechos 2, 47); más eso no bastaba: “Nadie de los otros se atrevía a unirse a ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima” (Hechos 5, 13). Para la conversión era necesario unir la predicación al testimonio; por eso un Ángel le ordena a los Apóstoles: “Vayan, hablen en el templo y anuncien al pueblo el mensaje de vida” (Hechos 5, 20).

El testimonio de vida es esencial, pero insuficiente. Además, ¿por qué alguien debería esperar a conocer bien a otra persona para enterarse si cree en Cristo y recibir de ella la Buena Nueva? ¿Y cómo callar el mensaje más importante de todos, el anuncio de la salvación, esperando hasta que la gente pregunte?

Así que urge proclamar la Buena Nueva también con palabras:

“Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán al Señor sin haber creído en Él? Y ¿cómo podrán creer si no han oído hablar de Él? Y ¿cómo oirán si no hay quien lo proclame?” (Romanos 10, 13-14).

Finalmente, muchos confunden la evangelización con ayudar a las personas en sus necesidades materiales, a fin de que tengan un mayor bienestar social. Hay numerosos grupos de católicos que dan alimento a los más necesitados, alojan a personas sin hogar, cuidan enfermos, etc., lo cual es altamente meritorio (Mateo 25, 34-36) y es un poderoso testimonio de autenticidad del mensaje cristiano.

Pero si nunca se da el paso de comunicar la fe, entonces sólo se está haciendo beneficencia, como si la Iglesia de Jesucristo fuera únicamente una ONG (organización no gubernamental) entre muchas otras.

“¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (…) Al evangelizar lo hago gratuitamente (…). Siendo libre con relación a todos, me hago siervo de todos para ganar al mayor número” (I Corintios 9, 16-19).

TEMA DE LA SEMANA: “CÓMO TRANSMITIR LA FE (SIN SONROJARSE EN EL INTENTO)”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de septiembre de 2022 No. 1420

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