Por Josefa Romo Garlito
La palabra «milagro» está en boca de todos. Los católicos deben creer en el milagro de la Resurrección de Jesucristo. En otros, se puede creer o no; pero, haberlos, «haylos» todos los días. La vida misma es un milagro.
Para la beatificación de un santo y su canonización, se requieren milagros por su intercesión, entendidos como sucesos extraordinarios e inexplicables desde el punto de vista científico. Hay un vídeo en el que una mujer que había sufrido «muerte cerebral», relataba, con su médico, su sanación (www.religionenlibertad.com/video/muerte-cerebral-milagro-de-un-santo-36233.html.)
Milagro fue el del Sol cuando se puso a bailar en Fátima, presenciado por una multitud y visto en 30 km. a la redonda (13 X-1917). Conocido es «el Milagro de Calanda» (Teruel) por intercesión de la Virgen del Pilar en favor de Miguel Juan Pellicer, que recuperó, en 1640, su pierna amputada años antes (existe constancia documental, incluso ante Notario).
El 13 de mayo, el Papa Francisco canonizó a dos pastorcitos de Fátima por el milagro obrado, por su intercesión, a un niño en estado de coma por accidente cráneo encefálico al caer de cabeza desde 6´5 m de altura. Había perdido «tejido cerebral” y tuvo «dos paros cardíacos”.
¿Y qué se requiere? Orar con Fe y humildad, y saber perdonar; que sea la voluntad de Dios, que ve de lejos y sabe lo que más nos conviene.
Imagen de S. Hermann / F. Richter en Pixabay