Por P. Fernando Pascual
Las jornadas de aquella visita transcurrían plácidamente. Quedaba poco para volver a casa. Un día quedaba tiempo para jugar un rato a fútbol con los amigos.
Un mal movimiento con la pierna, un giro inesperado del cuerpo, y un ligamento se rompe en la rodilla derecha.
Todos los planes se derrumban. No es posible regresar a casa. Hay que ir al hospital, ser operado, quedar con la pierna inmovilizada por semanas.
Luego, llegan las horas de esos difíciles y costosos ejercicios de rehabilitación, que pueden duran incluso meses.
De esta manera, un accidente imprevisto ha cambiado el horizonte. Los programas tienen que reajustarse. Inicia un retraso en el trabajo o en los estudios. Tal vez hay que desembolsar cantidades importantes de dinero.
La vida, ciertamente, transcurre durante muchos meses, incluso años, en la normalidad: todo sucede según los planes, no hay sobresaltos ni inconvenientes que lleguen de modo inesperado.
Pero otras veces, basta un movimiento equivocado en la pierna, o un poco de aceite en la escalera, o un gesto imprudente en carretera, para que salten por los aires todos los proyectos para los próximos meses.
Ante un accidente imprevisto, puede surgir un sentimiento íntimo de rebeldía, o de desaliento. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿No habría sido mejor no jugar ese día? ¿No pude haber mirado con más cuidado lo que hacía el otro coche?
A pesar de nuestras quejas interiores y exteriores, lo ocurrido se impone, y me exige reajustar mi modo de ver no solo las próximas semanas, sino también el sentido que estoy dando a toda la vida.
Un accidente imprevisto, mirado desde la fe y la esperanza, me desvela lo frágil que es todo lo humano, lo vulnerable de nuestra salud, lo necesitados que estamos de tantas ayudas.
Luego, podremos repensar nuestras prioridades, de manera que orientemos lo mejor de nuestra mente y nuestro corazón a aprovechar cada momento en acometer los deberes que están a nuestro alcance.
De modo especial, seremos capaces de invertir el tiempo y la energía, que ahora tenemos en nuestras manos, en lo más importante, que consiste en vivir en el amor a Dios y en el amor a los demás.
Imagen de Ben Kerckx en Pixabay