Por P. Fernando Pascual
Muchas personas experimentan fuertes dificultades cuando intentan escuchar a Dios.
El mundo, con sus prisas y sus angustias, con sus técnicas y sus novedades, con sus imágenes y sus placeres, impiden a muchos escuchar lo que Dios dice continuamente.
Por eso hoy, como en el pasado, resulta urgente una terapia de silencio, de disciplina sana, de atención a lo que pasa en nuestra alma, para que sea posible darnos cuenta de los mensajes que Dios ofrece a todos.
Si vivimos a la escucha de Dios, seremos capaces de descubrir el sentido pleno de la vida: existimos desde el amor y para el amor.
Si empezamos a escuchar a Dios, distinguiremos entre lo que nos lleva al mal (que daña a uno mismo y a otros), y lo que nos acerca al bien que cura, que une, que genera esperanza.
Si escuchamos a Dios, reconoceremos aquellos pecados que han entrado en nuestras vidas, y la gran misericordia con la que Él desea perdonarnos en el sacramento de la confesión.
Si escuchamos a Dios, tomaremos las decisiones con más calma, desde una luz interior que nos permita alejarnos de la voz de Satanás, y acercarnos al mensaje maravilloso de Cristo.
Puede parecer difícil entrar en el camino de la escucha de Dios. Para muchos, hay que reconocerlo, parecería casi imposible.
Pero con pequeños pasos, tan concretos como quitar tiempo dedicado a ver series de televisión o páginas de Internet, e invertir ese tiempo en meditar el Evangelio, nuestras almas empezarán a tocar un horizonte de bellezas jamás imaginadas.
El esfuerzo que hagamos cada día por escuchar a quien es nuestro Padre de los cielos y nos ama casi hasta la locura, será recompensado con esa alegría y paz propia de quien ha descubierto el sentido pleno de la propia vida, y recibe el don de una fe que genera esperanza y culmina en el amor.
Imagen de Mircea – See my collections en Pixabay