Por Jaime Septién

Para don Jesús García

En un libro que se ha convertido en best-seller en Francia, La viajera de noche (Ariel, 2022), Laure Adler se suma al Papa Francisco en su protesta ante la cultura del descarte de los viejos “por quienes sentimos más temor que veneración”.

Adler recuerda la famosa sentencia de Immanuel Kant (una sentencia que debería estar grabada en el fondo del pensamiento de cada uno de nosotros): “El hombre no es una cosa, por consiguiente, no es un objeto que puede tratarse como un medio, sino que debe ser considerado en todos sus actos como un fin en sí mismo”.

El ser humano viejo, en muchos lados, es tratado como un objeto, sin respetar su dignidad, es decir, su finalidad desde sí, no desde mí. “Al considerar a los viejos como algo de lo que hay que deshacerse, un sobrante, perdemos algo de nuestra humanidad”, escribe Adler. De hecho, cuando tratamos al otro como un objeto perdemos toda nuestra humanidad y le quitamos a la creación un trozo de su riqueza.

El alegato de Laure Adler, como el de Robert Redeker en Bienaventurada vejez (Fondo de Cultura Económica, 2017) es el mismo: todos tenemos el derecho y la capacidad “de querer convertirnos en viejas y viejos sin que nos arrojen a los basureros de la historia postmoderna”. Lejos de ser una derrota, la vejez es una victoria. Cada anciano es una larga narrativa del don maravilloso de la vida.

TEMA DE LA SEMANA: “CADA ANCIANO ES UNA HISTORIA SAGRADA”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de noviembre de 2022 No. 1426

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