Por P. Fernando Pascual
Al menos como ideal, un sistema democrático tiene como objetivo que la gente pueda elegir a sus gobernantes según las preferencias políticas de la mayoría.
Tanto si ese ideal se realiza en algún Estado concreto, como si no se realiza por leyes y por normativas que impiden realmente a la gente votar lo que desea, los gobernantes elegidos deberían tener siempre ante sus ojos un solo objetivo: el bien común.
Por desgracia, en muchos países los parlamentarios y los gobiernos elegidos por las urnas trabajan más por los intereses propios del partido, o incluso por intereses personales de políticos corruptos, que por el bien de la comunidad.
Constatar que ocurre lo anterior no implica dejar de defender ese ideal que permite que una democracia llegue a ser sana: trabajar por aquellos intereses legítimos y buenos de todos los miembros de la sociedad.
Por desgracia, no contamos, en muchos lugares, con mecanismos y sistemas eficaces de control para impedir que los políticos elegidos tras unas elecciones busquen objetivos injustos, o partidistas, o ideológicos.
Existen, ciertamente, algunos tribunales capaces de frenar una ley injusta o de someter a juicio a quienes, elegidos por “el pueblo”, trabajan contra el pueblo, de forma que se puedan evitar ciertos abusos graves.
Pero cuando los parlamentos y los gobiernos controlan a los jueces y emanan leyes que abusan de la “inmunidad parlamentaria”, las malas decisiones de los gobernantes pueden causar daños enormes a millones de personas en sus Estados.
Con un esfuerzo continuo por mejorar los sistemas políticos democráticos será posible evitar este tipo de distorsiones que perjudican no solo a los gobernados, sino a los mismos gobernantes, pues toda injusticia, en el fondo, provoca en quien la comete daños enormes que muchas veces no llegan a ser percibidos.
En un mundo lleno de injusticias, de sobornos, de chantajes, de corrupción, de favoritismos, de propuestas que exaltan a unos y denigran a otros, resulta especialmente urgente buscar modos concretos que permitan curar los corazones de quienes trabajan en los partidos políticos, para que tomen solamente decisiones de acuerdo a lo que la gente espera de ellos: decisiones orientadas a promover la justicia y el bien común.
Imagen de Bishnu Sarangi en Pixabay