Desde el campo de refugiados en la frontera entre Tailandia y Myanmar donde trabaja, la hermana Grace Patthayaporn puede oír las bombas que caen en Myanmar. «Cada vez que las escucho, rezo».
Por Sor Bernadette Reis / Vatican News
Sor Grazia Patthayaporn forma parte de las hermanas ministras de los enfermos de San Camilo, más conocidas como hermanas Camilianas. En una entrevista con Vatican News, sor Patthayaporn ha compartido la experiencia vivida en un campo de refugiados en la frontera entre Tailandia y Myanmar y ha contado su misión en las montañas con los cristianos karen.
Sor Patthayaporn nos cuenta que en los tres campos de Maela, Umpiem Mai y Nupo, en la provincia de Tak, donde ella trabaja, encuentran refugio muchos de los refugiados que huyen de Myanmar. Los refugiados llegan bajo la protección del UNHCR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, ACNUR) y del gobierno tailandés. Según las estimaciones de ACNUR, son cerca de 90 mil los refugiados de Myanmar acogidos en los nueve campos temporales, preparados en la frontera entre los dos países.
En el campo en el que trabaja sor Patthayaporn hay muchos niños, jóvenes, ancianos y enfermos. La religiosa colabora con la Coerr (Catholic Office for Emergency Relief and Refugees), una ONG que es un brazo de Cáritas Tailandia, coordinada con la UNHCR y con otras organizaciones católicas que proveen de servicios sociales tanto a cristianos como a no cristianos.
El poder del amor
El trabajo en las montañas es siempre un desafío. “Me siento muy pequeña”, explica sor Patthayaporn, “pero también muy feliz porque el Señor me permite acompañar a estas personas. Los amo, y ellos sienten el amor de Dios a través de nuestro servicio”.
Es muy importante –recuerda sor Patthayaporn– trabajar juntos y trabajar en red. “Tratamos de hacer lo mejor, no por nosotras mismas, sino en el nombre de Jesucristo”, continúa, “tratando de alcanzar a todos porque todos son nuestros hermanos y hermanas”. “Esto es lo que nos hace fuertes: el poder del amor. Siento que más damos, más recibimos porque nuestro medio es Dios, Él es la motivación” detrás de todo lo que hacemos.
Un pequeño instrumento de Dios
Cada día sor Patthayaporn redescubre que es “un pequeño instrumento de Dios”, para todas las personas que encuentra. “Nosotros escuchamos, compartimos”, dice. “En muchos casos logramos encontrar la forma para mejorar la calidad de vida de estas personas. Sé bien que no es fácil, pero juntos podemos hacer cosas grandes”. El desafío que reconoce la religiosa está en el pequeño número de católicos en Tailandia. “Pero nosotros sabemos que Dios nos da la fuerza, que también la Iglesia nos da la fuerza”, precisamente a través del trabajo en red.
“Ser monja no es difícil”, asegura sor Patthayaporn. “Significa responder al amor de Dios y después Dios hará cada cosa. Debo solamente abrir mi corazón y responder a su llamada, a cualquier lugar me llame. Esta es la gracia de Dios. Mi vida está cada vez más completa cuando respondo a la llamada de Dios”.
La llamada de Dios viene de muchas maneras
“Amar y servir a los enfermos”: este lema, recibido de la beata María Doménica Brun Barbantini, la fundadora de su instituto, y de San Camilo, es la estrella polar de sor Patthayaporn. Su experiencia le ha enseñado que “las personas están enfermas bajo muchos aspectos diferentes, no solo físicamente… Ser ministra de los enfermos, cuidar sus heridas significa que debo estar atenta a la llamada de Dios que viene de muchas maneras”.
“Actualmente estamos en Tailandia, en la frontera con Myanmar, desde donde sentimos caer las bombas; y cada vez que las oigo, rezo. Después nos activamos para ir a ayudar a los civiles golpeados y sostenerlos en sus sufrimientos, y así ellos se dan cuenta que un poco del amor de Dios les llega también a ellos…”. Es la conciencia de que “Dios nos llama a responder a las necesidades de la gente”, reitera sor Patthayaporn, “que hace crecer nuestra sensibilidad a sus necesidades”.
Un puente entre comunidades
Sor Patthayaporn recuerda que se encontraba en Italia cuando le llegó la noticia de la última escalada de la guerra civil en Myanmar. “Mi corazón lloraba”, confía: al haber trabajado en un campo de refugiados, conocía la magnitud del sufrimiento que le sobrevendría a la gente. “Cuando volví -cuenta- se me dio la oportunidad de ir donde ellos, para consolarles. Yo siento que Dios nos ama verdaderamente porque nos da la posibilidad de compartir y de encontrar nuevos caminos, innovaciones, mejoras”, sobre la forma de ayudar a las personas. La religiosa sueña también con “mejorar la calidad de la vida de los cristianos colaborando con los no-cristianos”: ella se ve como un puente en este compromiso, porque vive con su comunidad entre cristianos, musulmanes y budistas.
Dios dona su sabiduría
Además de ayudar a los refugiados que huyen de la guerra civil en Myanmar, sor Patthayaporn nos recuerda que existe también otro problema: “Muchas de las personas en la frontera con Tailandia son thai, pero incluso habiendo nacido allí no logran obtener su documento de identidad”, porque deberían afrontar un largo viaje hasta el lugar en el que presentar la documentación solicitada. Al no tener el documento de identidad, estas personas no pueden ni siquiera aprovechar los beneficios a los que tienen derecho los ciudadanos tailandeses. También en este ámbito las hermanas Camilianas empezaron a ofrecer su ayuda, “coordinándonos también con las autoridades civiles: el gobierno tiene una forma para ayudarles”. “A veces sin embargo tiene precisamente necesidad de comida, y esto nos demuestra que el gobierno tiene también límites. Es por esto que buscamos nuevas vías para organizar las cosas de forma eficaz, por el bien de estas personas que están sufriendo”.
“Estoy feliz porque Dios nos dona su sabiduría. Nada de lo que hago, lo hago sola. Las personas están contentas por el hecho de que nosotras colaboramos. Me gustaría compartir mi felicidad después de haber mejorado la calidad de nuestro servicio, y por amar a nuestro Dios. Muchísimo”.