Grande ha sido el aprecio de los grandes cristianos hacia los niños asesinados por Herodes.
Ellos son «inocentes» y mueren por el Gran Inocente, por el que viene a «quitar los pecados del mundo».
El Obispo de Hipona, San Agustín, cantó así a estos Niños Inocentes: «La inocencia alcanza la dicha de morir por la justicia. Estos Niños inocentes son las flores de los Mártires y las primeras coronas de la Iglesia católica, que el ardor de la más violenta pasión hizo brotar en el invierno de la infidelidad y que arrastró el huracán de la persecución».
Y San Pedro Crisólogo se dirige a ellos felicitándolos: «Habéis sido bautizados con vuestra sangre, como vuestras madres lo fueron con sus lágrimas que derramaron por vuestro martirio. ¡Vosotros sois los verdaderos mártires de la gracia, que habéis confesado la fe sin hablar y que habéis muerto y triunfado sin conocer el premio ni el mérito de vuestra victoria! ¡Sólo la inocencia, sólo los corazones puros, han podido merecer esta distinción!».
El poeta cristiano Prudencio cantó ya en la antigüedad: «¡Felices sois, primicias de los mártires, a quienes el perseguidor de Cristo os arrebató en el umbral mismo de la vida, como el torbellino arrebata los tiernos capullos de los rosales! Vosotros sois las primeras víctimas de Cristo, rebaño tierno de los Inocentes; delante de la misma ara del Cordero, jugáis ingenuos con vuestras palmas y coronas…».
El obispo San Quodvultdeus comenta la fiesta de hoy: «Herodes, matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees, que si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida. Pero aquél, fuente de gracia, pequeño y grande, que nace en el pesebre, aterroriza tu trono; actúa por medio de ti, que ignoras sus designios y libera las almas de la cautividad del demonio… Los niños sin saberlo mueren por Cristo… ¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria».
Con información de: Los Apóstoles del Amor Infinito.