Por P. Fernando Pascual
Llegan varias noticias e informaciones: van a subir las tasas de interés; un compañero ha perdido su trabajo; un familiar ha recibido el diagnóstico de cáncer; un conocido nos ha criticado por la espalda; un gobierno ha decidido suprimir impuestos que asfixiaban a muchas familias.
Cada dato provoca en nosotros reacciones más o menos intensas. Algunas informaciones casi no nos afectan: nuestra reacción es de indiferencia, como cuando nos dicen que habrá lluvias en otra zona del país. Otras reacciones son más profundas: no podemos estar tranquilos ante la enfermedad de seres queridos.
Al recibir nuevas noticias, podemos analizar por qué reaccionamos con alegría ante lo que pensamos como favorable, y tristeza ante lo que consideramos dañino o, al menos, incorrecto.
Pero al escuchar noticias de un tipo o de otro, siempre podemos preguntarnos qué nos dice Dios en esta situación, cómo nos invita a asumir las propias responsabilidades ante lo que nos afecta directamente, o lo que afecta a otros.
Al buscar la respuesta, encontraremos que Dios no quiere acciones malignas, aunque las permite, y que desea que hagamos el bien, aunque no nos lo imponga con la fuerza.
Frente a las acciones malignas, o a hechos que, sin culpa de nadie, causan daño, podemos responder con grandeza de alma, con sentido de solidaridad, con oraciones y ayudas que estén a nuestro alcance.
Frente a hechos positivos, que alivian, que consuelan, que promueven paz, podemos alegrarnos y pedir a Dios que consolide lo bueno y que permita que sea una oportunidad para crecer en el camino hacia el amor y la vida plena.
No siempre reaccionamos del modo adecuado. Por eso, antes de dejarnos arrastrar por una euforia imprudente, o por un abatimiento que paraliza, necesitamos reconocer en cada acontecimiento las señales de Dios que nos indican el camino para la respuesta correcta.
De este modo, descubriremos que nada nos puede separar del amor de Cristo (cf. Rm 8,35-39), y que todo puede servir en el camino del bien para aquellos que aman a Dios (cf. Rm 8,28)…
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