Por Jaime Septién
Leer, escuchar, ver las noticias de México se ha convertido en una especie de rutina de la maldad. Zacatecas, Guanajuato, Colima, lugares que antes visitamos en nuestras vacaciones familiares, hoy son inaccesibles. En lugar de exposiciones, museos, festivales, nos enteramos… de lo que usted, amable lector, ya sabe.
Vamos de mal en peor. Y no lo digo yo. Lo dicen los números. Incluso los números oficiales. Nadie puede estar tranquilo cuando diariamente asesinan a diez mujeres. Es más, ocho de cada diez mexicanos (más las mujeres que los hombres) se sienten intranquilos al salir de casa. Echar la culpa al gobierno es fácil. Lo que no es fácil es buscar qué podemos hacer para que esta situación no siga extendiéndose.
Lo primero que se me viene a la mente es orar. Orar repitiendo la jaculatoria de don Manuel Urquiza (aprobada por el papa Pío XII): “Santa María de Guadalupe, Reina de México, ruega por tu nación”. La Virgen dijo a Juan Diego: ve y haz lo que te digo. ¿Qué nos dice hoy nuestra Madre Santísima?
En aquel 12 de diciembre de 1531 no hubo indígenas (Juan Diego) y españoles (el obispo Zumárraga). Todos son hijos de mi Hijo. Ese mensaje permitió la esperanza. Juan Diego no cayó en el desánimo. Subió al Tepeyac y bajó al obispado. Confió y actuó. Se sintió hijo y niño. Ella veló por su tío. Y vela por nosotros. Solo nos pide una cosa: fidelidad y entrega honesta al bien de nuestra patria. En lo corto, en lo cotidiano: frente a los demás. ¿Es mucho pedir?
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de diciembre de 2022 No. 1431