En Jerusalén, la estrella ciertamente se había ocultado. Después del encuentro de los Magos con la palabra de la Escritura, la estrella les vuelve a brillar. La creación, interpretada por la Escritura, vuelve a hablar de nuevo al hombre. Mateo recurre a superlativos para describir la reacción de los Magos: «Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (2,10). Es la alegría del hombre al que la luz de Dios le ha llegado al corazón, y que puede ver cómo su esperanza se cumple: la alegría de quien ha encontrado y ha sido encontrado.

«Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). En esta frase llama la atención la falta de san José, que es el punto de vista desde el cual Mateo escribió el relato de la infancia. Durante la adoración a Jesús encontramos sólo a «María, su madre». Todavía no he hallado una explicación del todo convincente para esto. Hay algún que otro pasaje del Antiguo Testamento en el que se atribuye a la madre del rey una importancia particular (p. ej. Jr 13,18). Pero quizá esto no es suficiente. Probablemente está en lo cierto Gnilka cuando dice que Mateo pretende traer a la memoria el nacimiento de Jesús de la Virgen y describir a Jesús como el Hijo de Dios (p. 40).

Ante el niño regio, los Magos adoptan la proskýnesis, es decir, se postran ante él. Éste es el homenaje que se rinde a un Dios-Rey. De aquí se explican los dones que a continuación ofrecen los Magos. No son dones prácticos, que en aquel momento tal vez hubieran sido útiles para la Sagrada Familia. Los dones expresan lo mismo que la proskýnesis: son un reconocimiento de la dignidad regia de aquel a quien se ofrecen. El oro y el incienso se mencionan también en Isaías 60,6 como dones que ofrecerán los pueblos como homenaje al Dios de Israel.

La tradición de la Iglesia ha visto representados en los tres dones —con algunas variantes— tres aspectos del misterio de Cristo: el oro haría referencia a la realeza de Jesús, el incienso al Hijo de Dios y la mirra al misterio de su Pasión.

En efecto, en el Evangelio de Juan aparece la mirra después de la muerte de Jesús: el evangelista nos dice que Nicodemo, para ungir el cuerpo de Jesús, llevó mirra, entre otras cosas (cf. 19,39). Así, el misterio de la cruz enlaza de nuevo a través de la mirra con la realeza de Jesús, y se anuncia con antelación de manera misteriosa ya en la adoración de los Magos. La unción es un intento de oponerse a la muerte, que sólo con la corrupción llega a ser definitiva. Cuando las mujeres fueron al sepulcro la mañana del primer día de la semana para la unción, que no se había podido hacer la misma tarde de la crucifixión ante el inmediato comienzo de la fiesta, Jesús ya había resucitado de entre los muertos. Ya no tenía necesidad de la mirra como un remedio contra la muerte, porque la misma vida de Dios había vencido a la muerte.

LA INFANCIA DE JESÚS

BENEDICTO XVI

Imagen de Alexandra_Koch en Pixabay


 

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