Por P. Fernando Pascual
Sabemos que nuestras decisiones tienen consecuencias. Pero no sabemos todas las consecuencias que, a corto y a largo plazo, tendrán esas decisiones.
Si hablo más de la cuenta, es fácil reconocer que molesto a unos. Pero no puedo intuir que luego lo que dije fue repetido ante otros y que causó en más de uno descontento y rabia.
Si dejo un trámite para el día siguiente, sé que provocaré un retraso. Pero quizá jamás habría sospechado que una persona perdería, por mi culpa, más de la mitad de sus ingresos.
La lista puede ser muy larga, y va desde asuntos sencillos, en familia, hasta temas de transcendencia que ni imaginamos.
Reconocer que nuestras decisiones tienen consecuencias imprevisibles no debe llevarnos a una especie de parálisis causada por el miedo, pues también las omisiones tienen sus efectos a corto y a largo plazo…
Entonces, ¿cómo afrontar este fenómeno? Primero, con una generosa dosis de prudencia, que me ayude a tomarme en serio lo que voy a emprender y a buscar aquellas decisiones que, espero, abran caminos a buenos resultados.
Segundo, con un realismo que no sea fatalista. Por más precauciones que tome, habrá consecuencias que jamás habría podido prever, y que uno asume como parte de ese camino misterioso que es la vida humana.
Tercero, con una auténtica confianza en Dios. Si algo bueno surge gracias a mis decisiones, le daré gracias. Si las consecuencias son mixtas (con resultados benéficos y otros dañinos), intentaré paliar los segundos en la medida de mis posibilidades.
Si al final resulta que unas acciones emprendidas con buena voluntad llevan a consecuencias realmente dañinas para otros, además de mi esfuerzo por reparar daños de ese tipo, confiaré en que también Dios es capaz de obtener bienes desde males.
Al iniciar un nuevo día, recordaré que mis decisiones tienen sus consecuencias. Pediré a Dios luz para que todo lo que haga esté orientado al bien, para que guíe las consecuencias en beneficio de otros, y para que nos dé paciencia llena de confianza hacia aquellos resultados que no quisimos haber provocado, pero que tienen su sentido en ese gran misterio que conocemos como providencia divina…