Por P. Fernando Pascual
Antes de tomar una decisión sobre temas importantes, pero también sobre asuntos cotidianos, podemos afrontar la pregunta: ¿cuál sería la mejor entre las decisiones posibles?
La pregunta encontrará una respuesta insuficiente si solo nos fijamos en nuestra satisfacción egoísta, si solo buscamos ganancias a costa de otros.
En cambio, la pregunta se orientará hacia respuestas correctas si buscamos aquello que corresponda a nuestro verdadero bien, que incluye el bien de los demás.
Como ayuda a responder a esa pregunta, diversas tradiciones de la humanidad han elaborado propuestas que podemos encuadrar bajo la expresión “ley moral natural” (o, en forma breve, “ley natural”).
¿Qué sería la ley natural? Un conjunto de criterios que aparecen ante un análisis serio y bien orientado sobre nuestro modo de ser y sobre aquellas decisiones que ayuden a un pleno desarrollo humano.
A lo largo de la historia, se han elaborado diversas propuestas de lo que sería la ley natural, sea porque existen diversas teorías sobre lo que sea la naturaleza humana, sea porque algunos condicionamientos culturales impedían reconocer lo que realmente correspondería a nuestro pleno bien humano.
Para evaluar adecuadamente las diferentes propuestas sobre lo que sería o no sería ley natural se necesita una reflexión antropológica bien elaborada, que sea capaz de explicar no solo nuestras experiencias subjetivas, sino lo que sea propio de nuestra humanidad, lo cual vale en el pasado como en nuestros días.
Santo Tomás de Aquino ofreció diversas indicaciones sobre elementos esenciales de la ley natural. La primera, la más general, es el famoso criterio “hay que hacer el bien y hay que evitar el mal”. No es algo descontado, porque la historia y el presente nos hablan de muchas decisiones orientadas a actos malos, “justificados” con la excusa de que luego conseguirían beneficios.
La segunda indicación consiste en reconocer tres dimensiones de nuestra condición humana que permiten identificar criterios para buenas decisiones éticas.
Veamos estas tres dimensiones:
- La primera se refiere a aquello que nos caracteriza como sustancia (es decir, como existentes concretos), y exige llevar a cabo aquellas decisiones que busquen nuestra propia conservación.
- La segunda surge desde nuestra semejanza con los vivientes dotados de sensibilidad (los animales), y nos pide orientar correctamente los comportamientos que se refieren a la esfera sexual (ordenada a la procreación) y a la educación de los hijos.
- La tercera dimensión se fija en lo específico del ser humano, su racionalidad, y fundamenta nuestras acciones a la hora de relacionarnos con Dios y con los demás (individual y socialmente); se incluye aquí la tarea de conocer la verdad (cf. Suma de teología, I-II, q. 94, a. 2).
Existen, desde luego, muchos otros ámbitos de decisiones que no encuentran pistas claras en estas indicaciones generales sobre la ley natural. Por ello se hace necesario un análisis atento en tantas áreas de nuestra vida, que van desde el pago de impuestos hasta el modo justo (y sano) de organizar las vacaciones.
La vida humana se construye a partir de cientos de decisiones. Serán buenas, es decir, capaces de ayudarnos a vivir en plenitud como seres humanos, si sabemos descubrir y llevar a la práctica lo que aprendemos de la ley natural, como ayuda para responder a esa pregunta clave: ¿cuál sería la mejor decisión que debo adoptar en este momento de mi vida?
Imagen de Arek Socha en Pixabay