EDITORIAL

La “tormenta” desatada sobre la Iglesia por la publicación de las memorias del arzobispo y secretario personal de Benedicto XVI, Georg Ganswein, ha sido más una reacción de la prensa que la lluvia y el lodo que pudiera haber traído sobre el papa Francisco. Lo mismo con las ideas del recientemente fallecido cardenal australiano George Pell sobre los manejos de la política interna del Vaticano o sobre el próximo Sínodo de la sinodalidad.

Desde luego, el papa Francisco resintió estas declaraciones. Pero ni en el funeral de Benedicto ni en el de Pell –ambos los presidió– dejó entrever una sola línea de amargura, venganza o crítica. Al contrario de lo que hubiesen querido sus críticos –que son legión dentro y fuera de la Iglesia– la finura con que ha tratado Francisco estos asuntos nos recuerda aquella idea de monseñor Fulton J. Sheen en el sentido de que la Iglesia católica ha crecido por la polémica, el debate, el intercambio serio de ideas, no por haber escondido el polvo debajo de la alfombra ni por echar agua de rosas sobre la podredumbre para distraer a los fieles.

Cuando estuvo en México, concretamente en la Catedral Metropolitana de CDMX (febrero de 2016) el papa Francisco pidió a los obispos allí reunidos que se dijeran las cosas de frente, que “volaran los platos” pero que, finalmente, se pidieran perdón y siguieran adelante. Es lo mismo que con el tema Ganswein o con el tema Pell. Finalmente, el pontífice argentino, como buen jesuita, sabe que esto pasará también. Que la Iglesia es mucho más grande que quienes la formamos. Y que el mal no prevalecerá sobre ella.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de enero de 2023 No. 1437

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