Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

De los mexicanos se ha dicho todo y todo, o casi, queda por decir. No en vano México se escribe con x, como que es una incógnita por despejar, un mundo por descubrir, según afirmaba nuestro polígrafo Alfonso Reyes.

¿Cuáles son los gustos típicos del mexicano típico? Comprar en abonos, firmar las letras que sean con tal de no adquirir bienes al contado, al onomatopéyico cas-chas. Acudir a ofertas y baratas -si lo barato existe-, regatear precios al más sutil estira y afloja y pedir descuentos, quién quita.

Adorar las vacaciones, los fines de semana que hoy se anticipan a la tarde del viernes y se prolongan hasta la mañana del martes, y los suspirados puentes, que no hay nación que los construya así de frecuentes y así de tendidos.

Beber refrescos solos o alternados con almuerzos y cenas, aliados necesarios para soportar las faenas del día, sustitutos de leches vitaminadas y aguas claras. Si el mexicano pide agua, pide “agua natural”, como si la hubiera artificial, tal vez por la costumbre de beber aguas químicas.

Comer los cuatro alimentos que empiezan por T: tortilla, taco, torta y tamal. Y condimentar la dieta -porque está a dieta desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl-, con el flamígero chile que, al dar el punto, el sazón y el sabor telúrico, abre el apetito, así luego falte con qué cerrarlo.

Ejercer sin título la medicina, como que es perito en automedicarse y en recetar gratuitamente a conocidos y extraños, unos remedios infalibles, pócimas de milagro, usted se acordará de mí.

Coleccionar compadres y comadres, a quienes trata con pétalos de rosa. Son sagrados, pertenecen al orden de la iconografía, objeto de culto privado y público.

Preferir los artículos made in Taiwan a los made in Xochimilco, por remotos atavismos malinchistas, de donde la fayuca es un dogma del marketing nacional.

Adornar la sala de casa con el retrato de bodas, para que las visitas comenten ingenuamente: Entonces estaban ustedes más jóvenes y delgados.

Comprar un cachito, el huerfanito de la Lotería Nacional para la Asistencia Pública, y ojalá, en esta ocasión también, para la privada y personal, que velardeanamente* “vive al día y de milagro como la lotería”.

Hacer fiestas y fiestas, que el motivo y el gasto es lo de menos; raza festiva de gastadores y derrochadores, una fiesta bien vale una deuda interna y una deuda externa. Ya después vendrán las concertaciones o las moratorias.

Tener un perro en casa, la más adorable mascota; como que somos canófilos de abolengo, desde los aztecas que cebaban para comérselos aquellos perrillos pelones y mudos llamados escuincles o escuintles; desde los siglos virreinales, según narra fray Francisco de Ajofrín en su Diario del viaje que hizo a nuestra patria en 1763: “Se inclinan mucho a criar perros, y no hay jacal que no tenga tres o cuatro. Admirado de ver salir de un jacal un atajo de perros, le pregunté al indio cuántos tenía y me respondió: No tengo más que doce”.

¿Gustos del mexicano? Le gustan las mexicanas y viceversa (adverbio de modo que significa al contrario, por lo contrario, cambiados dos seres recíprocamente. Cosas de la gramática y de la vida).

Publicado en El Sol de San Luis, 3 de junio de 1989; El Sol de México, 8 de junio de 1989.

*Se refiere a un fragmento del poema Suave Patria, de Ramón López Velarde: “Como la sota moza, Patria mía, / en piso de metal, vives al día, de milagro, como la lotería”.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de enero de 2023 No. 1438

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