Por Arturo Zárate Ruiz

No que no nos importe nuestra Constitución, pero los católicos mexicanos lo que celebramos de manera especial el pasado 5 de febrero fue la Fiesta de San Felipe de Jesús, martirizado en ese día, en 1597, en Nagasaki. Tenía apenas 25 años. Aunque travieso, se hizo franciscano y misionero, y, por ese testimonio suyo de fe (murió crucificado), fue el primer paisano canonizado. Recordemos hoy a varios santos mexicanos.

Algunos lo son, no por nacer aquí, sino por haberse “naturalizado”; de manera prominente, Nuestra Señora, quien lo hizo en Tepeyac; también san Juan Pablo, “hermano, ya eres mexicano”; san Sebastián de Aparicio, gallego, cuyos restos incorruptos reposan en el Convento de San Francisco de Puebla, quien debería ser reconocido como héroe en todo el país por construir las primeras carreteras (de Veracruz a México y México a Querétaro), y quien como franciscano destacó por su pobreza y humildad. Incluiría en esta lista a san Martín de Porres, un mulato peruano. No sólo es un santo muy amado en todo México, también en su vida terrena obró milagros por bilocación en México, y curó en Perú a Feliciano de la Vega, quien sería después arzobispo en México, y quien presidiría en Lima la procesión funeral del fraile.

Nacidos en México lo han sido muchos. He allí el queridísimo por la Virgen, san Juan Diego, su mensajero, quien, con su mensaje, aceleró de manera tan milagrosa como su misma tilma la Evangelización. Y mensajeros también de esta Evangelización lo fueron los niños Cristóbal, Antonio y Juan, mártires tlaxcaltecas tras abrazar la fe y rechazar la idolatría, una vez caída Tenochtitlan.

No por el martirio, sí por vivir ejemplarmente su fe, cabe mencionar a santa María Guadalupe García. Le tocó la persecución religiosa pero no la tocaron los soldados del gobierno porque sabían que aun a ellos los curaría con ternura en el hospital. Fundó una congregación religiosa. También lo hizo santa María Natividad Venegas, quien, como santa María Guadalupe García, fue perseguida pero respetada por su atención a los enfermos y a los más pobres. San Rafael Guízar y Valencia sufrió la persecución y el destierro, pero no el martirio. Como Obispo de Veracruz, se preocupó particularmente por la formación de los seminaristas, aunque lo prohibía el gobierno. Aunque pendía la amenaza de ser atrapado por sus perseguidores, cumplió su compromiso de visitar cada una de sus parroquias.

Por la persecución religiosa podemos anotar muchos santos martirizados, 25 de ellos canonizados por san Juan Pablo II. Pero anoto primero, entre los mártires perseguidos, al beato jesuita Miguel Agustín Pro, por la devoción que se le tiene en mi familia. Se le acusó injustamente de conspirar y asesinar al presidente Álvaro Obregón. Tan no había base para el bulo que se evitó su juicio y se le fusiló de manera sumaria. Otras víctimas lo fueron el laico beato Anacleto González, fundador de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana. Y lo fue de manera eminente san Cristóbal Magallanes, quien antes de ser fusilado por las tropas exclamó: «Dios les perdone tanta infamia y nos vuelva la deseada paz, para que todos los mexicanos nos veamos como hermanos».

De las víctimas de la persecución religiosa, son los muy queridos santo Toribio Romo y san José Sánchez del Río.

Santo Toribio no se arredró cuando fue enviado de cura a Tequila, Jalisco, ciudad ocupada por los soldados de Calles. Para celebrar misa lo hacía a escondidas, inclusive en destilerías. En cualquier caso, fue finalmente atrapado y estos soldados lo mataron a tiros, a mansalva. Santo Toribio es ahora patrón de los indocumentados. Un migrante varios días extraviado en el desierto entre México y Estados Unidos se lo encontró, y recibió de él agua, unos dólares y orientación para encontrar el camino.

Aunque muchachito, san Joselito decidió acompañar a las fuerzas cristeras para servirles. Como anticipando el martirio, antes de partir le dijo a su madre «Nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora». El drama de su martirio lo ha recogido adecuadamente la película La Cristiada.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de febrero de 2023 No. 1440

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