La manera en que manejamos ese maravilloso instrumento de comunicación

que es el idioma, refleja nuestra forma de conducir nuestras vidas

Por Alejandro Cortés

El idioma español es una lengua viva, usada por muchos millones de personas en el mundo entero y, por lo mismo, con una serie de variantes, modos, acentos, vocablos y expresiones novedosas que le vienen de otros idiomas, de los avances de la tecnología, del ingenio popular, y no pocas veces, de los comediantes tan populares de la televisión y la radio.

Lo curioso de esto es que no faltan quienes se acostumbran a usar expresiones equivocadas con absoluta seguridad pensando que son más precisas e —incluso— elegantes.

Un ejemplo de ello lo tenemos en el famoso: “Lo que viene siendo”. Con gracia me hizo reír un amigo, cuando haciendo referencia a esta expresión, me dijo, “El verbo ser y lo que viene siendo”. Claro está que usar la palabra con giros novedosos y simpáticos es algo digno de alabanza si lo hacemos dentro de ciertos límites y respetando la gramática.

Pues bien, me parece que la manera en que manejamos ese maravilloso instrumento de comunicación que es el idioma, refleja nuestra forma de conducir nuestras vidas. La diversidad de culturas en cada región del mundo nos pone en contacto con todo tipo de personas, desde las más equilibradas, prudentes y ecuánimes, hasta aquellos a quienes nada más les tiran un hilo y se hacen nudos.

El manejo de la lengua es un claro reflejo del valor personal. Así pues, manifestamos dónde hemos nacido; el nivel cultural de nuestra familia, así como la afición por las lecturas. Si los padres de familia tuvieran más conciencia en estos temas, deberían plantearse qué tanto contamina a sus hijos todo lo que ven y oyen para poder tomar ciertas medidas higiénicas semejantes a las recomendadas en los casos de epidemias.

Todos los días, cuando un niño le pide permiso a su mamá para ver la televisión o la computadora, suele recibir la siguiente indicación: “Pero nada más una hora porque tienes que hacer tu tarea”, en vez de preguntarle: “¿Qué vas a ver?”.

Otro factor de influencia en la forma de enfrentar nuestra existencia es el de la convivencia con los amigos y compañeros de clases. Aquí entramos a un mundo de dimensiones ilimitadas, que se ha de preparar desde la más tierna infancia. Vale la pena hacer ejercicios mentales para ayudarlos a elaborar una lista de las cualidades humanas que les gustaría que tengan sus amigos y más tarde, cuando llegue el momento, sus novios y esposos.

Conviene recordar que los hábitos paternos en el uso de algunos vocablos, así como el de la lectura, o el ver determinados programas de televisión, influyen para bien o para mal en los hijos, de forma parecida a como influye la costumbre de escuchar los distintos estilos de música. Estos asuntos suelen quedar como el telón de fondo en la formación cultural de cada uno y, por lo mismo, en la amplitud de nuestra visión ante la vida. La cultura nos abre el entendimiento para poder formar parte de un mundo que será muy grande o muy pequeño dependiendo de cómo fuimos educados.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de febrero de 2023 No. 1441

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