Por P. Fernando Pascual
El 31 de diciembre de 2022 fallecía, en el Monasterio Mater Ecclesiae (dentro del Vaticano), Benedicto XVI. La noticia, en cierto sentido, no fue sorpresa, por la frágil salud y la elevada edad del Papa emérito.
Sin embargo, la muerte de quien ha sido Sucesor de Pedro siempre significa, para toda la Iglesia, un momento particular. Permite, por un lado, considerar con más atención el legado de las enseñanzas y gobierno de un papa. Por otro, permite avivar la esperanza en la resurrección de la carne y la fe en la comunión de los santos.
Ya en el año 2013, tras la renuncia al ministerio petrino de Benedicto XVI, hubo numerosos análisis y reflexiones sobre su importante papel en la teología católica y en la vida de la Iglesia católica. Su muerte ha avivado todavía más el interés por el legado que Ratzinger habría ofrecido al pueblo de Dios.
En ese sentido, son de especial ayuda dos libros-entrevista que permiten un buen acercamiento a la biografía de Ratzinger antes del papado y tras la elección a la cátedra de Pedro: La sal de la tierra (1996) y Luz del mundo (2010). Esos volúmenes surgieron gracias a los diálogos con Peter Seewald, periodista que luego publicó una biografía titulada Benedicto XVI. Una vida (2020).
No es el caso de intentar un resumen de las muchísimas aportaciones a la Iglesia y al mundo de Benedicto XVI, que se consideró a sí mismo como «un simple y humilde trabajador de la viña del Señor» (según las palabras que él mismo pronunció tras ser elegido papa, el 19 de abril de 2005).
Su testamento
Quizá una breve mirada a su testamento espiritual, escrito el 29 de agosto de 2006 y hecho público inmediatamente tras su muerte, ilustran algo de su corazón de creyente y de pastor.
En ese testamento, destaca con viveza la dimensión de la gratitud. Benedicto XVI da gracias a Dios, a sus padres, a su hermana y a su hermano, a sus amigos, a sus profesores y alumnos. A continuación, se hace manifiesta su humildad, al pedir perdón a quien haya podido agraviar.
Luego, brilla con fuerza una invitación a conservar la fe y a evitar el riesgo de la confusión. Avisa, en concreto, sobre los peligros que surgen al interpretar con filosofías equivocadas algunos datos de la ciencia, así como lanza una voz de alarma ante errores de propuestas teológicas que se apartan de la fe verdadera.
Es en esta parte de su testamento encontramos un grito y una exhortación. Al inicio, el Papa escribe: «¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!» Un poco más adelante añade: «Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo».
El testamento espiritual termina pidiendo perdón a Dios y pidiendo oraciones por su alma, como quien se reconoce necesitado del auxilio divino y de la compañía de los hermanos en la fe.
«Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día».
En Galilea, Cristo preguntó por tres veces a Simón Pedro si le amaba, y por tres veces le pidió que apacentara sus ovejas. Benedicto XVI, como sacerdote, como arzobispo, como cardenal, como papa, y como papa emérito, dedicó su vida a esa tarea encomendada por el Maestro.
La Iglesia entera lo ha despedido, representada en la Plaza de San Pedro en los funerales que presidió el Papa Francisco, con mucho amor y gratitud. Ahora podemos nuevamente seguir en ese sano esfuerzo de profundizar en lo mucho que Ratzinger-Benedicto XVI ha dejado para seguir en ese camino que surge desde el misterio de la Pascua y culmina en la esperada Jerusalén celestial.