Por Tomás De Híjar Ornelas, Pbro.

“Una ruina debe protegerse siempre, pero nunca repararse, de modo que podamos ser testigos completos de los legados persistentes del pasado.” Walter Scott

Los Valles Centrales de Oaxaca, –para los lugareños nada más los Valles– son las tres llanuras que ciñen el Nudo Mixteco, la Sierra de Juárez y la Sierra Madre del Sur. De ellas resulta, vista desde las alturas, una ‘Y’ cuyos brazos son al noroeste el de Etla, al oriente el de Tlacolula y al mediodía el de Zimatlán – Ocotlán.

En tal ámbito nació y maduró la cultura zapoteca y sus núcleos ceremoniales de Mitla, Dainzú y el más importante de todos, Monte Albán, al grado que su ruina consolidó un racimo copioso de señoríos, que no tardaron en controlar los mixtecos y hasta los mexicas. Linaje laborioso en el campo de las artes y de los oficios, desde tiempo inmemorial y sin mengua de la cestería y los curtidos, su fuerte fue la producción textil y la alfarera, muy favorecidas después por los efectos que allí produjo la ruta del Galeón de Manila desde la feria de Acapulco a partir de 1565.

Del centro ceremonial de Mitla, que se ubica a 40 kilómetros en línea recta suroeste de Oaxaca capital, recordamos aquí que le cercan los cerros configurados por el río de aquel nombre y que los arqueólogos distinguen en él cinco grupos de construcciones ceremoniales distintas pero con un elemento común, la plaza o patio rodeado de cuatro edificios, tres de ellos dominados por uno principal y sobresaliente. El más representativo de todos, por su integridad y el recubrimiento de muros que incluyen el color, fue mucho después bautizado como ‘Convento’.

Dainzú en zapoteco quiere decir ‘Cerro del Cacto’. De él se conservan evidencias materiales que van de los años 750 a. C. al 1000 d. C. y constan de las terrazas artificiales desplantadas desde la parte inferior del valle sobre la porción occidental del cerro al que debe su nombre el sitio. Una galería de bajorrelieves en piedra donde reproduce jugadores de pelota en actividades violentas y atuendos prehispánicos y los cuatro dioses del fuego. Integran el conjunto constructivo tres edificios comunicados con escalinatas, terrazas, patios y cuartos. Por la organización y elementos arquitectónicos de sus edificios deducimos que fue el centro administrativo de control civil de una comunidad importante que se extendía hasta San Mateo Macuilxóchitl, en el actual municipio de Tlacochahuaya, próximo a la ciudad de Oaxaca.

La perla negra de este ambiente es Monte Albán, centro urbano situado en la meseta del cerro del Tigre, entre los del Gallo y Atzompa, cabada por el curso turbulento del río Atoyac. En el pasado, la situación política de Monte Albán en cuanto capital zapoteca fue muy compleja. Pasa por ser uno de los asentamientos mesoamericanos más antiguos (500 años a. C.), boyante hacia el 750 d. C., con una demografía de hasta 35 mil habitantes, y en ocaso en el siglo IX.

Los mexicas le dieron el nombre de Monte del Jaguar (Oselotepek en náhuatl) y los zapotecos también el de Dani Baán. Monte Albán, en cambio, se lo impusieron los peninsulares comparando su paisaje con el de los montes Albanos en Italia. Su población fue pluriétnica, múltiples sus vínculos con las demás culturas de Mesoamérica, como los teotihuacanos. Los mixtecos rescataron su recinto ceremonial durante el Período Posclásico, que en 1987 agregó la UNESCO al Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de enero de 2023 No. 1438

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