Por P. Fernando Pascual

Queremos mejoras en muchos ámbitos: en uno mismo, en la familia, en el trabajo, en la propia ciudad o país.

Los deseos de mejoras surgen desde dos pilares. El primero: constatar que la situación actual tiene aspectos que merecen ser corregidos. El segundo: creer que es posible emprender un camino hacia algo mejor.

Así, a nivel de la salud, deseamos mejoras en la dieta, en los modos de dormir, en la silla que usamos para conservar sana la espalda, en las prescripciones médicas. Cada mejora apunta a una situación de mayor vigor físico y de prevención o curación de enfermedades.

A nivel familiar, deseamos mejoras en el trato entre los padres, entre padres e hijos, entre hermanos, entre otros miembros de la familia. Sobre todo, deseamos mejoras que eliminen tensiones y peleas, y que lleven a una mayor armonía y cariño.

A nivel del trabajo, deseamos mejoras en la distribución de tareas, en los modos de pagar a cada empleado, en los criterios sobre permisos y vacaciones, en el rendimiento de todos.

Podríamos seguir con la lista en otros niveles, cada vez más amplios, en los que brillan con fuerza esos deseos de mejoras, hasta incluir incluso el deseo, que a veces parece utópico, de mejorar la limpieza del ambiente terrestre, para que haya menos contaminación y más riqueza de especies vivas.

No podemos olvidar un deseo de mejora que, en el fondo, sostiene y purifica todos los demás: el deseo de mejora de nuestro propio corazón.

Porque solo con un corazón menos egoísta y más generoso, los deseos y proyectos que cada uno emprende estarán realmente orientados a mejoras concretas en los diferentes niveles que caracterizan nuestra vida terrena.

Por eso, pedimos a Dios que purifique nuestra mente, que oriente nuestro corazón, para que nuestros deseos surjan desde el amor auténtico y nos lleven a decisiones que sirvan para alcanzar mejoras concretas, para nuestro bien y el de quienes viven a nuestro lado.

 

Imagen de congerdesign en Pixabay


 

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