Por P. Fernando Pascual
La idea de progreso conserva una innegable actualidad, a pesar de las numerosas críticas que se han formulado sobre la misma.
Los críticos señalan el engaño del mito del progreso, los peligros del progreso, las contradicciones presentes en la misma idea de progreso.
La palabra progreso, además, puede ser definida de diferentes maneras. Progreso, para algunos, es adoptar nuevas ideas. Para otros, es aplicar nuevas tecnologías. Para otros, en una formulación sorprendente, consiste en “volver al pasado” en aquellos aspectos que nos permitían convivir con la naturaleza.
Las dificultades a la hora de comprender qué sea y qué no sea el progreso no impiden que conserve una innegable actualidad. Basta con escuchar a algunos políticos que se declaran como progresistas, o a algunos investigadores que confían en el progreso de la ciencia.
A pesar de su actualidad, la idea de progreso incurre en no pocas contradicciones, sea porque no todos la interpretan de la misma manera, sea porque muchas veces se elaboran teorías sobre el progreso sin ningún fundamento serio.
Un análisis atento a lo que significa progreso nos permite descubrir que tal idea supone que existirían parámetros desde los cuales podemos saber si algo ayuda a avanzar hacia una meta considerada como mejor, y por qué ese algo sería calificado como progreso.
Por poner un ejemplo sencillo. Si actualmente una medicina implica elevados costos de producción y provoca efectos colaterales dañinos, el descubrimiento de una medicina alternativa que sea menos costosa y que tenga pocos efectos colaterales será visto como progreso.
¿Por qué tal medicina sería vista como un progreso? Porque mejora la situación de la medicina usada hasta ese momento. Tal mejora se constata en dos aspectos objetivos y considerados como buenos: menos costos, menos efectos adversos.
Aquí surgen nuevos problemas, pues lo que para unos sería un progreso técnico, para otros implicaría peligros o daños en el ambiente o en algunos estilos de vida considerados como saludables.
Pensemos, por ejemplo, en un juego electrónico muy sofisticado. Quizá algunos lo alabarán como un gran progreso tecnológico, que permite satisfacer a millones de potenciales usuarios. Otros, sin embargo, verán en él peligros serios, por ejemplo si provoca adicciones dañinas.
El ejemplo del juego electrónico muestra, por un lado, que no resulta fácil determinar qué sea un progreso y qué no lo sea. Pero, por otro, pone en evidencia la importancia de criterios objetivos para evaluar la bondad o la maldad de cualquier nueva idea o actividad humana.
La idea de progreso mantiene, indiscutiblemente, su actualidad. Al mismo tiempo, las contradicciones que incluye exigen una continua reflexión que permita identificar, desde criterios éticos correctos, qué acciones e ideas puedan ser vistas como buenas para el ser humano, y cuáles implican peligros o incluso daños objetivos.
Mientras las segundas podrán ser calificadas como negativas, aunque algunos las celebren como “progreso”, las primeras merecen el nombre de verdadero progreso, porque nos acercan a pequeñas (o grandes) mejoras en la vida de los seres humanos.
Imagen de Orna Wachman en Pixabay