Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Resurrección es una de esas palabras que el cristianismo tuvo que inventar para hacer comprender, de alguna manera, el misterio central de su fe: La resurrección de Cristo. San Pablo la expresaba así con todas sus letras: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, es vana nuestra fe”. La fe en Cristo es auténtica a partir de su resurrección.
Es verdad que el profeta Eliseo había devuelto a la vida al hijo de la sunamita y que Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naím, a la hijita de Jairo y a su gran amigo Lázaro, ya maloliente, al cuarto día de muerto. Todos volvieron a la vida, para volver a morir. Retornaron a su vida natural, no más.
La resurrección de Cristo es un caso único. Se trata de algo mucho muy distinto: Volvió a la vida para no morir jamás. Resucitó de entre los muertos y ahora vive para siempre. Ya no con su vida anterior, sino con su vida transformada en una vida nueva provocada por el Espíritu, el Señor y Dador de vida. La resurrección de Cristo transforma y rehace la vida humana en otra dimensión: la carne se llenó de espíritu y el tiempo de eternidad. Por eso rezamos: “creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.
En su obra “Jesús de Nazaret” el papa Benedicto XVI nos puntualiza algunos contenidos sobre la resurrección de Cristo: + No es sólo un regreso a la vida humana normal. Es mucho más. + Jesús resucitado no es un “fantasma”, de esos que muchos (in)ven(tan), pero nadie toca. + Tampoco consistió en una experiencia “mística”, un “éxtasis”, o una “bilocación” (estar en dos lugares a la vez) o cosa parecida, fenómenos reales que experimentan algunos santos, como el Padre Pio o aseguran de monseñor Septién. + Mucho menos consistió en que Cristo, como quiso el niño del catecismo, se tornara “virtual”. Todo este inventario de fenómenos y creencias que van más lejos de lo cotidiano y normal, nada tienen que ver con el hecho de la Resurrección de Cristo. ¿De qué se trata, pues?
Cuando los Evangelios, san Pablo y los apóstoles hablan de la resurrección de Cristo: No nos dicen “cómo” sucedió, sino que “se apareció”, o sea, hablan de “apariciones” o encuentros personales con el Resucitado. Ven al resucitado, no el momento de resucitar. La realidad se impone, no se inventa. + Se trata de un hecho histórico, sucedido en un lugar y momento señalado, con testigos que tocaron sus llagas y convivieron con él. + Esto fue y se llama un acontecimiento histórico, acaecido dentro de la historia humana, pero que va más allá de la historia, que la trasciende y conecta el tiempo con la eternidad. Cristo resucitado se ubica en el punto Omega: el punto final de la historia y su plenitud.
Todo el universo se concentra en Cristo resucitado. Se trata de un “salto cualitativo” en el devenir histórico que ahora conocemos, y en el cual vivimos; de una transformación de la materia, del cuerpo humano de Cristo, en una nueva realidad. El alma de Cristo y las almas de los redimidos y salvados, al resucitar el cuerpo, encontrarán el sitio apropiado y definitivo de su reposo. Es lo que llamamos el descanso eterno, el reposo de Dios.
La resurrección de Cristo, siendo un hecho acaecido en la historia, pero al mismo tiempo trascendiéndola, imprime al cristianismo una dinámica in crescendo, que obliga al cristiano a empeñarse en la construcción de la ciudad terrena, sabiendo que los mismos esfuerzos y bienes logrados los encontrará, ya sin lastre ni escoria, en la Jerusalén del cielo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de marzo de 2023 No. 1445