Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La Iglesia orante ha recorrido el camino de la Historia de la Salvación previa que Dios e Israel han recorrido juntos: La Creación, el Sacrificio de Abrahán, el Paso del Mar Rojo, la Vuelta del Exilio…

La Iglesia celebra y conmemora el Bautismo como un morir con Jesús para resucitar con él a la nueva vida con Dios. Se está crucificado con Cristo, para vivir en él la vida del Resucitado.

Ante el sepulcro vacío (cf Mt 28,1-10), un Ángel revestido de luz, les dice a María Magdalena y la otra María: ‘Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado de entre los muertos…irá delante de ustedes a Galilea; allá lo verán’…’Llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente les salió (Jesús) al encuentro y las saludó’.

Así de modo sencillo y solemne los Evangelios, y este Evangelio de san Mateo, proclaman que Jesús el Crucificado ha resucitado. Tienen experiencia inmediata de que Cristo vive.

Este es el centro y la clave de nuestra fe, el culmen de la Historia de la Salvación: Cristo muerto, el Crucificado, ha resucitado, es el Viviente por excelencia: ‘No tengan miedo, soy yo, el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos’ (Ap 1, 17-18).

Los cristianos celebramos este acontecimiento de salvación: Cristo muerto ha resucitado, vive en medio de nosotros de modo permanente.

La soledad y las tristezas fruto de cualquier fatalidad, han de ser superadas, porque Cristo ha resucitado y él ha vencido al mundo (cf Juan 16, 33), el ha triunfado sobre la muerte.

Su muerte siendo un hecho del pasado, la historia no se ha cerrado, sino encuentra su apertura en el hoy de Dios, su ahora, el Crucificado y el Resucitado abarca todos los períodos de la Historia. El pasado y el futuro, están sometidos a su ´hoy’, a quien es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, de él es el tiempo y la eternidad.

Por supuesto que para los cristiano-católicos la Resurrección de Cristo Jesús, es un dogma de fe que es necesario creer, profundizar y confesar gozosamente. Esto no basta. Tiene que existir un contacto experiencial con Cristo Resucitado, con Cristo Jesús viviente. Así como san Pablo reconoce ‘el poder de la resurrección’ (Fil 3,10). Así como afirma Pesch, ‘los discípulos se dejan atrapar, fascinar y trasformar por el Resucitado. Creer en él, es creer, dándole el corazón, el núcleo de nuestra persona con todas sus implicaciones.

La oración en apertura humilde y sencilla, con corazón y conciencia trasparentes, bajo la acción del Espíritu Santo, nos lleva realmente a la experiencia inmediata con el Resucitado, Jesús. En el Espíritu Santo, Jesús vivo, nos habla, nos dirige su Palabra luminosa y de fuego. A través de la práctica efectiva de la caridad, en el Espíritu Santo, con los pobres, enfermos y necesitados, con la propia familia, nos hace ‘sentir’ su presencia.

La celebración y la participación en los sacramentos, particularmente de la Eucaristía, tenemos ese encuentro real e inmediato, bajo la Santa Liturgia, con Cristo, -el Crucificado y el Resucitado. La Liturgia en todo su proceso, se ha de dejar que nos impacte, ‘nos toque en el Espíritu Santo’. En ésta se ha de manifestar el Amor de Dios; por nuestra parte hemos de disponernos, libres de obstáculos y distracciones. Dejar que el Señor nos descubra su presencia. Un momento central de la participación en la Eucaristía, más allá de la liturgia de la Palabra, de la liturgia eucarística, es el rito de la comunión; encuentro de persona a persona de corazón con el Corazón de Cristo, inmolado y resucitado. Momento de interioridad y de silencio: qué me dice Jesús, que le respondo.

En un mundo de tanta mezquindad, de muerte, de tristeza y soledad, de tantos egoísmos y corazones rotos, Jesús Resucitado, nos acompaña. Nos devuelve la esperanza para caminar y proclamar con el testimonio de la vida y de la Palabra, que Cristo vive y nos acompaña.

La relación de Cristo Resucitado se vive en la Comunidad-Comunión de la Iglesia, pero se tiene que experimentar personalmente. Esta dimensión es insustituible. Así podremos decir con santa María Magdalena ‘eóraka tòn Kyrion’, -he visto al Señor (Jn 18, 1b).

 


 

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