Por Alejandro Cortés González -Báez

De vez en cuando me llevo algunas sorpresas en el confesionario cuando oigo decir a niñas pequeñas cosas como: “Me siento muy estresada”. ¡Vaya! me digo a mí mismo; yo pensaba que sólo los mayores podíamos padecer de “estrés”.

La última frase llamativa que me tocó escuchar me la dijo una maestra refiriéndose a la pregunta que le hizo con toda seriedad una adolescente: ¿Cómo puedo sobrellevar a mis papás? Lo primero que se me vino a la cabeza es que ese planteamiento me resultaba injusto; sin embargo, al reflexionar un poco sobre los estilos de vida y de convivencia en tantos hogares, caí en la cuenta de que en muchas familias es necesario que los hijos también aprendan a tenerles paciencia y a tratar de comprender a unos padres que se pasan los días, y los años, sometidos a presiones que no saben manejar, y terminan manifestándolas de formas agresivas.

El tema de la salud psíquica resulta de gran importancia cada vez que los trabajos crecen en exigencias, al igual que el tráfico en las ciudades, los compromisos sociales y demás asuntos.

Si esto lo unimos al egoísmo —que todos arrastramos— se dan mezclas muy delicadas que ponen en peligro la paz en el hogar y las relaciones entre los miembros de la familia. No siempre los papás tienen la razón. En ocasiones aplican castigos o prohibiciones a sus hijos de forma injusta. Es cierto; la autoridad la tienen los padres, pero —salvando ese principio fundamental— hemos de tener la capacidad para reconocer que a veces los menores también pueden tener la razón.

Se dice que nadie fue educado para ser papá o mamá, sino solamente para afrontar las responsabilidades económicas, y es cierto en parte, pues el ejemplo vivo que recibimos cuando éramos niños sirve de mucho en esa labor, pero también ahí había muchas deficiencias y se cometían errores.

Hoy en día no es fácil ser educador de unos menores a los que les tocará vivir en un mundo mucho más complejo que el que hoy tenemos y, por lo mismo, requieren ser formados en un ambiente donde puedan desarrollar la capacidad de juzgar para decidir, basándose en principios de honestidad, junto con virtudes tan importantes como: el respeto, la tolerancia, la responsabilidad, la humildad, la fortaleza, el servicio, y la conciencia del hombre como un ser trascendente. Como todavía no se ha inventado —y menos producido— el hombre perfecto, la tolerancia ante las limitaciones de los demás resulta un tema fundamental y gran parte de la madurez ha de ejercitarse dentro de la interpelación familiar.

En Física y en la convivencia humana, el trato requiere contacto y fricción y calentamiento, y desgaste, que pueden llevar a la ruptura. Por eso es necesario que las piezas se mantengan limpias y lubricadas. La limpieza ha de comenzar por ejercicios de humildad para poder quitar lo que está mal en nuestras vidas y la lubricación se consigue con cariño.

www.padrealejandro.com

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de mayo de 2023 No. 1452

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