Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
En el amor, ibera; en el creer, romana;
en el sufrir, mexica y en el vivir, cristiana,
fuiste compendio vivo de nuestra Patria Suave
–ebullición de razas en cósmico crisol–
cuyo imperial espíritu católico no sabe
cómo es, en sus dominios, el ocaso del sol.
Fr’Asinello (Benjamín Sánchez Espinoza) ‘Elogio a la madre muerta’
La palabra en la civilización mesoamericana alcanzó un nivel de refinamiento mayúsculo y para perpetuarla un sistema para memorizar los dichos de los antiguos no escrito, pues a despecho del escaso desarrollo por acá tuvo el abecedario, incluso para el único contexto que sí lo desarrolló, el maya, este más se empleó como elemento decorativo y epigráfico para los relieves en estuco de los espacios públicos y de los centros ceremoniales. que para la lectura, instrucción y solaz del vulgo, de modo que aquí hizo sus veces la palabra hablada y memorizada, y los privilegiados por la capacidad de retener datos, pasaron a ser una suerte de biblioteca viva, ambulante y muy estimada, gracias a dos herramientas: las claves mnemotécnicas y los huehuetlatolli o huēhuehtlahtōlli, que en náhuatl significan lo mismo ‘dichos de los antiguos’ que ‘la palabra’.
Estas colecciones de propuestas de conducta práctica social abarcaban los momentos sagrados cíclicos y los celebrativos excepcionales; también, eran un puente ético–religioso para que los jóvenes asimilaran de forma gradual las costumbres y la religión de sus mayores. Lo que sabemos de ellas las rescataron en el siglo XVI, con particular paciencia y esmero, los misioneros franciscanos, filólogos y antropólogos, Fray Andrés de Olmos y Bernardino de Sahagún.
Si de la literatura náhuatl sólo tuviéramos huehuetlatolli, ello bastaría para tener una idea cabal del refinamiento supremo de la civilización mesoamericana en el campo humanístico y humanitario, pues iba de la conducta moral considerada modélica a los usos y costumbres urbanos y de buena crianza.
Nadia Marín-Guadarrama, autora del estudio “La crianza infantil en los discursos coloniales en el México Central” (2012), hace de este sistema, nos confiesa, “un análisis minucioso” y en lo tocante a las instituciones de la familia nos dice que el matrimonio era negociado casi siempre por los padres de los contrayentes no bien entraban sus hijos a la edad núbil, y que estaba sujeto a un ceremonial riguroso entre las clases sociales de cierto rango, a diferencia de lo que ocurría en el pueblo llano:
“Una mujer nahua se volvía nantli (madre) y un varón se volvía tatli (padre) al momento de tener su primer hijo o hija al que así de pequeño, no importando su género, le llamaban conetl y años más tarde ichpochtli (muchacha) o telpochtli (muchacho).
Añade que del rol de la madre en la crianza de la prole, Sahagún nos conserva una perla negra cuando pone en labios del padre, al tiempo de depositar a su hijo en el Calmecac –internado para varones–, que ahora será su casa, el proceso del que fue objeto con su familia natural, donde se le acogió desde su venida a este mundo en un “antes” de impotencia para el recién nacido, porque “no te podías defender por ti mismo. Antes, no podías estira tus brazos. Realmente es tu madre la que te ha dado fuerzas. Contigo ella ha cabeceado, ha dejado de dormir, se ha ensuciado con tus excreciones, y con su leche, te ha dado fuerza…”, pero también un espejo de la madre.
Transformar a un recién nacido en un jovencito fue y siguió siendo para estas culturas un rol reservado a la madre y un conjunto de acciones heroicas que el huehuetlatolli nos transmite “en los aspectos de cuidado y de sustento” como un testimonio “de la tradicional sabiduría náhuatl expresados con un lenguaje que tiene grandes primores. Su contenido concierne a los principios y normas vigentes en el orden social, político y religioso del mundo náhuatl […] Podría decirse, en suma, que son estos textos la expresión más profunda del saber náhuatl acerca de lo que es y debe ser la vida humana en tierra”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de mayo de 2023 No. 1452