Por P. Fernando Pascual
Ocurre con mucha frecuencia en las conversaciones: unos interrumpen y quitan la palabra a otros.
Los motivos pueden ser varios. A veces, uno quita la palabra al otro porque cree que ya lo ha entendido y que no necesita escuchar nuevas frases.
Otro quita la palabra porque tiene prisa para intervenir y expresar así su propio punto de vista, quizá para no olvidarse de lo que se le acaba de ocurrir.
Otro lo hace porque considera que quien está hablando no aportaría nada importante, y no tendría sentido seguir escuchándole.
Otro corta al interlocutor porque lo dicho le parece suficiente como para responderle cuanto antes.
Quizá haya otros motivos, pues el fenómeno es muy frecuente. En ocasiones, se trata de algo mutuo: uno quita la palabra al otro, y luego el otro interrumpe al primero…
En esto, como en tantos otros temas humanos, sería de ayuda preguntarnos: ¿qué siento cuando me interrumpen, cuando me quitan la palabra, cuando no me dejan expresar mi idea?
También aquí las respuestas pueden ser variadas. Hay quienes no dan mayor importancia a esto. Otros se sienten ofendidos, incluso lo dicen claramente. No falta quien, al final, decide dejar de hablar, sobre todo cuando una y otra vez le han quitado la palabra…
Ese examen no es suficiente para percibir lo que el otro siente cuando le quitamos la palabra, pero puede ayudarnos a reconocer que en muchas ocasiones se sentirá incómodo cuando los demás no le permiten expresarse.
Lo importante en esto, como en todo, consiste en esa educación que nace del respeto al otro. Ese respeto hará posible que le dejemos hablar, que prestemos atención a sus puntos de vista, que acojamos lo aprovechable de sus ideas.
Todos podemos aportar algo a la hora de comprender tantos asuntos humanos sobre los que conversamos cada día y sobre los que hay mucho que reflexionar.
Ello será posible si creamos un clima sereno, a la hora de dialogar, que permita a cada uno explayarse lo necesario (sin abusar…) para que así nos abramos a aportaciones que, seguramente, ayudarán para avanzar poco a poco, desde un diálogo bien llevado, hacia la verdad.
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