Editorial
La filósofa italina Michela Marzano escribió un ensayo cuyo título ya demuestra su hondura: La muerte como espectáculo. El subtítulo narra la materia del texto: “La difusión de la violencia en Internet y sus implicaciones éticas”. Los medios electrónicos y los digitales se han confabulado para que “la realidad-horror” se instale en nuestra vida cotidiana.
Este fenómeno nos está rebasando. Y los narco-corridos, los artistas de moda, la apología de la violencia que hacen cientos de horas de televisión y las redes sociales, tanto como YouTube y el cine, están construyendo una coraza entre nosotros, en especial las nuevas generaciones, que hacen incluso que un decapitado en la vía pública sea tomado a chunga.
El tema central del libro de Marzano es que convertir la muerte como espectáculo hace que las personas sean reducidas a cosas. Y las cosas pueden manipularse, ningunear, mostrarse como maleables, dúctiles, usables. La persona, cualquier persona, es un fin en sí misma (no desde mí). La espectacularización de la violencia hace de ese fin una utopía. El pez grande se come al chico. Y mala suerte para el chico (o lo que es peor: “ése, seguramente, andaba en malos pasos”).
“Lo que se plantea aquí es ante todo una cuestión de responsabilidad y de educación”, concluye Marzano. Responsabilidad de los medios para informar y no alimentar el morbo. Educación de la sociedad —desde la familia— para hacer saber (y asumir) que el otro es otro-como-yo. Y que la regla de oro dicha por Jesús es la norma de la buena convivencia humana: no le hagas a él lo que no quieras que él te haga a ti. Dicho en positivo: respeta su otredad para que el respete la tuya. Todos ganamos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de junio de 2023 No. 1458