Por Sergio Ibarra
Nacido en Alessandría, Italia, Umberto Eco (1932-2016) fue un pensador, antes que escritor, describió tantas, en serio, tantas ideas originales plasmadas en ensayos, novelas, que son una verdadera joya y hasta la teoría que ha revolucionado el significado de las cosas, la semiótica.
Dispuso su trabajo a la observación, compilación de datos de la vida y de la ciencia social y a retribuir a sus semejantes con el don que Dios le dio. Desarrolló un talento plagado de una brillantez exquisita y profunda en los 37 títulos que integran su legado. Vale aclarar que el título original de este libro en que Eco comparte autoría con Jean Claude Carriere es: N’espérez vous débarrasser des livres. Se puede traducir, literalmente, como No esperen ustedes deshacerse de los libros.
El genio de Gutenberg
Refiero la tesis que expone en este título: El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro, en términos de este argumento, es un invento insuperable. Ciertamente, los objetos evolucionan, son mejorados o innovados, pero cuando nace una idea original que se traduce en bienestar para la humanidad ésta trasciende al tiempo, a las generaciones y a la tecnología. Tal como ha sucedido con el invento que cambió la historia y que dio acceso a los libros: la imprenta de Gutenberg en 1450. Si comparamos esa imprenta con las que existen hoy, seis siglos después, incluyendo las impresoras, parten del mismo paradigma creado por el genio alemán.
El libro como liberación
La conclusión planteada es que el libro, así como ha superado estos seis siglos, tal como lo conocemos hoy, impreso en papel y a manera de códice, soportará la digitalización del mundo y persistirá como el vehículo primordial del conocimiento.
El mundo digital es una amenaza, no únicamente porque altera su formato, el libro no necesita corriente eléctrica o pilas, es portable e inclusive se puede prestar, sino porque, además, plantea Eco, las escrituras digitales carecen del rigor intelectual y literario, fomentan el amateurismo, esparcen información válida y errada, desbordan los circuitos intelectuales establecidos y desdeñan los criterios con que se distinguía la buena y la mala escritura.
Se vulgarizan géneros literarios, que estallan y proliferan causando confusión, más que claridad. Habría que agregar que esta puerta del internet que permite que cualquiera escriba, amenaza y empobrece a la lengua, se favorece la ambigüedad y un sentido erróneo de la expresión.
La esperanza de aprender
Tener un libro en las manos, más si es nuevo, tiene un aroma único y es portador del motivo que nos lleva a abrirlo y sumergirnos en su lectura, referir alguna idea por esta página y por la otra, tomar notas, guardarlo con un separador y volver a él, representa echar a andar nuestra memoria. Quizás cambien, como afirma el autor, las formas del libro, pero mientras exista la esperanza de aprender de un ensayo, de una novela o de un libro académico, no nos vamos a deshacer de ellos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de junio de 2023 No. 1459